El enfoque filosófico y psicológico de Eugene Gendlin. Las bases de focusing o el enfoque corporal.

Esta entrada es una exposición del enfoque filosófico y psicológico de Eugene Gendlin. Aunque realizó una larga labor creativa y docente como filósofo, muchas de las aportaciones por las que se le recuerda, como el caso del focusing o enfoque corporal, son contribuciones fundamentales al campo de la psicoterapia. Esta entrada es un resumen de varios de los puntos esenciales que pueden ayudar a comprender su trabajo.

Introducción

Gran parte de la filosofía de Gendlin es un esfuerzo por trascender el dualismo que impregna nuestra cultura y nuestro lenguaje. En una ocasión le preguntaron: “¿la sensación sentida es inconsciente?” Gendlin respondió: “El lenguaje ordinario está impregnado del viejo dualismo cartesiano. No podrás expresar nada acerca de esto usando ese idioma antiguo. Todo en el idioma antiguo se divide en consciente e inconsciente, y esto no es así. Todo se divide en igual o diferente, y esto no es así. Todo se divide en pensar y sentir, y esto no es así. Tendrías que construir una nueva frase para tu pregunta.

Una de las frases que mejor describen el enfoque de Gendlin es esta: “somos interacción”. Su mensaje principal está tanto en lo que afirma como en aquello de lo que prescinde. No afirma que seamos dos sujetos independientes relacionándose entre sí, pero tampoco lo niega. Durante un tiempo “somos interacción” se volvió como un koan para mí.  

Bateson afirmaba que desde tierna edad se nos inculca que la manera de definir algo “es hacerlo mediante lo que supuestamente es en sí mismo, no mediante su relación con otras cosas”. Una y otra vez nos repiten que el sustantivo es el nombre de una persona, lugar o cosa. Decía:

Siempre hablamos como si una “cosa” pudiera “tener cierta característica” Cuando decimos que la piedra está inmóvil hacemos referencia “al lugar que está situada la piedra respecto del lugar de la persona que habla y de otras posibles cosas móviles” … El lenguaje afirma de continuo mediante la sintaxis de sujeto y predicado, que las “cosas” de alguna manera “tienen” cualidades y atributos. Una manera más precisa de hablar insistiría en que las “cosas”, y en que sus relaciones internas y su comportamiento en relación con otras cosas y con el hablante son lo que las torna “reales”.  

Mientras contemplaba el koan de Gendlin, me fui dando cuenta de que gran parte de la confusión y malestar que había padecido en mi vida procedía de dos ficciones que solía creer sin cuestionar. A veces caía en la trampa de sentirme separado y alienado, pidiéndome ser más independiente y autónomo de lo que era posible. En otras ocasiones en la trampa de sentir que mi felicidad dependía de asuntos y personas externas a mí, que era un simple reo de las circunstancias. Y a menudo en ambas trampas a la vez. El poema de Gendlin abría una puerta desde estas habitaciones sin salida.  

Atendamos estas dos trampas más de cerca.

La trampa de creerme y sentirme independiente.

Nací de una interminable interacción de causas y condiciones. Dependí para mi desarrollo de una estancia de varios meses en el vientre de mi madre. Luego necesité del útero relacional para llegar a ser lo que soy. La independencia es un mito. Soy vulnerable, dependiente, necesito del otro y el mundo. No puedo sobrevivir en soledad, no puedo vivir desconectado, aparte, por el simple motivo que no existe algo tal como aparte o desconectado. La interacción, la conexión, es una cualidad constitutiva de lo real. Nada existe separado.

Desde que me he levantado esta mañana he sido alimentado, cuidado, abrigado, escuchado. No he inventado el español que uso ahora para comunicarme. Es solo mi visión y mi lenguaje lo que aparta las cosas. Cuando observo el cielo puedo distinguir la osa mayor. Se trata de un conjunto de estrellas agrupadas arbitrariamente a las que mis antepasados han bautizado de eso modo. Pero no existe algo tal como una Osa Mayor separada del resto de constelaciones, separada del resto de la noche espacial o de la mente que la observa y la nombra. La Osa Mayor es solo una convención. Si se apagara una de sus estrellas mientras la observo creería que ha perdido una estrella. Pero eso es solo un modo de percibirlo. Mi mente la escinde del resto de la realidad, le asigna un nombre y parece que se convirtiera en una entidad propia y estática. Y lo mismo sucede conmigo mismo, con mis amigas, hijos, pareja, desconocidos que cruzo por la calle. Los he separado y detenido en el tiempo, cuando en realidad son procesos inabarcables. “No somos islas” rezaba el verso de John Donne.

Esquema de la constelación Osa Mayor

O dicho de otro modo ¿Dónde comienza lo que soy y dónde termina? ¿Cuándo una semilla comienza a ser planta? Reconocerme dependiente, vulnerable, conectado, no es un ejercicio de humildad o imaginación, es reconocer la naturaleza de lo real. Es abandonar la imposición limitada de mi visión relativa y la cosificación y reificación arbitrarias del lenguaje. A un nivel psicológico supone dejar de luchar por lo inalcanzable. La independencia y la autonomía plena es solo un espejismo alienante, inaccesible, que me genera malestar y sufrimiento.

¿Pero qué sucede si asumo plenamente este enfoque relacional? A veces me parece que la cultura actual alienta al individualismo, el poder y la autonomía como principios cuasisagrados. Los psicólogos sociales Robert Brannon y Deborah David describieron, ya en 1976, el imperativo cultural del “roble robusto”: la imagen de la persona fuerte, segura e independiente, sobre todo en momentos de crisis, como uno de los mandatos del ecosistema patriarcal. Pero desertar del espejismo de esta individualidad radical me hace sentir especialmente dos aspectos de la experiencia: vulnerabilidad e incertidumbre.

La incertidumbre nace de abandonar las certezas que tengo acerca de mí mismo, de quien soy y cómo soy. También el interminable rosario de prejuicios acerca de los otros y el funcionamiento del mundo.  Lo que es relativo, subordinado a mi perspectiva no es la realidad absoluta. Lo que defino como plenamente independiente y autónomo y por tanto escindido y separado, tampoco lo es. Todo es inestable y precario desde cierto punto de vista, pero eso es precisamente lo que torna la experiencia de lo real posible, fluida, creativa y fecunda. ¿Qué pasa si doy un paso más allá de estas verdades parciales a las que me agarro con tanta convicción y energía? ¿Qué sucede cuando comprendo que semilla y planta son solo una convención, que yo mismo y los seres que amo somos un proceso vivo en constante cambio y movimiento?

Definir, tener expectativas cerradas y prejuicios son una fuente de seguridad. ¿Y si las abandono? Goldstein describe el proceso interno que puede vivirse al permanecer en contacto con esta incertidumbre básica: “Al aligerarse un poco nuestra identificación con las cosas y ver la rapidez del cambio, podemos sentir al principio una verdadera euforia, una mayor sensación de espaciosidad. Pero cuando comprendemos que no hay nada en absoluto a lo que podamos agarrarnos puede asaltarnos una sensación de pánico… nada a lo que nos aferramos en busca de seguridad puede proporcionárnosla… pero luego surge la iluminación: no hay suelo en el que estrellarse”.

Como decía, asumir la perspectiva de Gendlin, implica para mí abrazar la incertidumbre, pero también tolerar la vulnerabilidad. Si me despojo de las corazas para acoger la experiencia tal cual es me siento desnudo. Me doy cuenta de que puedo vivir la vulnerabilidad como una desgracia, como un estado de inseguridad básica que emerge de mi fragilidad y potencial a ser dañado por el mundo y los otros, o bien como una descripción de la naturaleza relacional de mi experiencia, una puerta que va del amor a al amor. “Di quién soy yo / di yo soy tu”, concluye un famoso poema de Rumi. Judith Butler, en el párrafo que sigue, describe el reconocimiento de la vulnerabilidad como un fundamento de su pensamiento ético.

La vulnerabilidad no debe considerarse un estado subjetivo, sino un aspecto de nuestras compartidas vidas interdependientes. Nunca somos simplemente vulnerables, sino que somos vulnerables a una situación, una persona, una estructura social, algo en lo que confiamos y en relación con lo cual quedamos expuestos. Ser dependiente implica vulnerabilidad… No hablamos de mi vulnerabilidad o de la tuya, sino de un aspecto de la relación que nos vincula con otro y con las estructuras e instituciones de las que dependemos para la continuidad de la vida … La comprensión relacional de la vulnerabilidad muestra que no estamos en absoluto separados de las condiciones que hacen que nuestra vida sea posible o imposible… No podemos existir liberados de esas condiciones, nunca estamos completamente individualizados”.

La trama de creerme y sentirme dependiente

En otras ocasiones, tratando de espantar el fantasma de la independencia caigo en la trampa contraria. Siento entonces que dependo totalmente del mundo para ser quien soy, que no hay nada en mí genuinamente mío, ningún rastro de autonomía y libertad que me rescate de la inercia, el automatismo y la reactividad. Soy como el eco del eco de una voz que no me pertenece.  

Qué duda cabe que el proceso de ser persona es complejo. En el principio era una unidad con mi madre, pero luego vino ese corte simbólico del cordón umbilical. Separado de ella fui poco a poco emergiendo como un ser independiente, capaz de reconocerme a mí mismo al decir “yo”. Primero a un nivel preconceptual, supe de mis fronteras: que mi hambre era mi hambre, que yo era el agente de mis movimientos, que mis pensamientos me pertenecían. Luego incluso pude hablarme, reconocerme por mi nombre y contar mi historia de miles de maneras distintas. Pero constantemente me enredo. Ese proceso de diferenciación que se inició en mi nacimiento se entorpece constantemente.

Era un niño y necesitaba de los otros para emerger como persona. Aprendí a preservar mis vínculos adaptándome a los caracteres, necesidades y neurosis de mis cuidadores primarios. Luego he continuado desplegando esos patrones de relación cuando ya no son necesarios. Gran parte del sufrimiento y malestar de mi vida proviene de esta con-fusión fundamental con los/as otros/as y lo otro. He in-corporado a mi madre, padre y hermanos. Son parte de mi mente-cuerpo ahora.

Shantideva describe un hombre que, cansado de tropezar por el camino, empeña su vida en limpiarlo de piedras y obstáculos, cuando simplemente podría calzarse unos zapatos y continuar la senda. Cuantas veces caigo en esta trampa de hipotecar mi vida en despejarla de obstáculos, dolores e incomodidades, creyendo que todo eso es necesario para ser feliz. Olvido que radica en mí la posibilidad de relacionarme con lo que me sucede de otro modo. Que no dependo del mundo para ello.

Ante un mismo evento dos personas pueden vivenciar una gama de experiencias abrumadoramente distintas. El evento no es la vivencia. Los sucesos no son traumáticos per se. Soy el dueño de mi propio bienestar, crecimiento y expansión. Y aunque una responsabilidad de tal calibre me abruma, y a veces sobrepasado por las circunstancias y el miedo, prefiero culpar a los otros y al mundo, es una enorme alegría descubrirme libre.

Como expresaba Gendlin: “Una vez que la persona ha descubierto su fuente interna ya no puede ser suplantado por alguien, o por algo distinto, porque percibe con gran claridad que ningún otro puede conocer mejor la propia vida de cada uno, así como los pasos de su posterior evolución Uno está abierto a toda clase de aprendizajes, pero…la evaluación última siempre procede de dentro”.

Abdicar de esa fuente me hace depender de los otros para sentirme seguro, amado o valioso. Me convierte en víctima, en autómata, en esclavo, en un ser condicionado. Nadie puede darme la seguridad, la aprobación y el amor pleno si antes no me lo doy yo mismo. Nadie puede ser responsable de llenar mis vacíos. Entonces busco en lugares equivocados (éxitos variados, trabajo, dinero, halagos, experiencias, adrenalina, sexo, poder sobre otros) o manipulo sin descanso a través de los más variados juegos de relación. Vivo en el anhelo insaciable de algo que ya poseo, o más exactamente, algo que son cualidades de mi mera presencia.

El psicoterapeuta gestáltico Gary Yontef escribió a este respecto:

Las personas son responsables (hábiles para responder); es decir, son los principales agentes para determinar su propia conducta. Cuando confunden la responsabilidad con la culpa y los «debería», presionan y se manipulan a sí mismas; «tratan de» pero no están integradas y no son espontáneas. En esas situaciones, ignoran sus verdaderos deseos, necesidades, respuestas al ambiente y alternativas a la situación, siendo excesivamente condescendientes o, revelándose contra los debería. Las personas, son responsables de lo que eligen hacer. Culpar a fuerzas externas por lo que uno elige, es un autoengaño. Asumir la responsabilidad por lo que uno no eligió, – típica reacción de vergüenza-, es también un autoengaño”.

En definitiva, ni soy dependiente ni independiente, pero no por ello dejo de serlo. El psicoterapeuta Jeremy Holmes describe el proceso humano como un baile entre la intimidad y la autonomía. El koan de Gendlin es un trampolín para trascender esta dualidad aparente. La filosofía de lo experiencial nos invita a ir más allá, a reconciliar lo trascendente con lo inmanente, lo uno y lo otro, la independencia y la dependencia, la unidad y la unicidad. 

Trascender ambas posiciones: la perspectiva de Gendlin.

«Lo que uno siente en cualquier momento es siempre interaccional, es vivir en un universo infinito y en sus situaciones, en un contexto de otras personas, de palabras y signos, de entornos físicos, de sucesos pasados y futuros. Experienciar no es algo “subjetivo”, sino interaccional; no es algo intrapsíquico, sino interaccional. No es algo interno, sino interno-externo

Eugene Gendlin

En una conferencia de Tomeu Barceló sobre el Modelo Procesal de Gendlin anoté la siguiente frase: “Gendlin investigó cómo funciona la vida para generar vida, para seguir adelante. La vida es un proceso que se hace a sí mismo”.

La forma de este proceso es corporal. Gendlin alude a que el proceso es una realidad “encarnada”, pero no desde una perspectiva dual en la que cuerpo y entorno son fenómenos escindidos. En sus propias palabras: “cuerpo y entorno constituyen un proceso interaccional… cada cuerpo vivo contiene (implica, está con, es de, está en, es…) el entorno.” Cuerpo y ambiente se configuran mutuamente.

La realidad procesal de la vida implica un movimiento y éste se produce en la relación entre acontecer e implicar. Acontece lo que está implícito y nada que no esté implícito puede acontecer. Sin embargo, no todo lo implícito acontece. Lo implícito es potencial, puede llegar a explicitarse o no.

Siento un entramado sutil de sensaciones corporales, las significo como sed y me levanto a beber. Esto ocurre porque la necesidad de beber, la sed, esta implícita en mí. A su vez, una vez que algo ocurre modifica lo implícito. Una vez abro el grifo, lleno el vaso y bebo, la sed se transforma, es decir, lo implícito ha sido modificado. Comer sigue al hambre, la digestión sigue a comer, espirar a inspirar, etc. Pero ¿qué sucede cuando algo implicado no acontece? En ese caso el proceso se detiene, el movimiento entre acontecer e implicar se interrumpe, y se genera un patrón, un esquema rígido que se superpone al movimiento genuino del organismo.

Veámoslo con un ejemplo, aunque se trate de una simplificación un tanto exagerada tomada del relato de un paciente. Lleva meses de psicoterapia. Me dice que ha podido vivir en casa algo que a veces ha experimentado en consulta. Me cuenta que el día anterior estaba sentado en su sofá cuando sintió cierta desazón.

A partir de ahí se abren dos posibilidades. La primera es habitual, parte de lo que considera su “problema” y la que me ha narrado en otras ocasiones. No sabe qué le sucede, no es agradable y permanece unos minutos abatido en el sofá. Se levanta, abre la nevera y toma compulsivamente los restos del almuerzo y varias latas de cerveza mientras ve vídeos en youtube. Hace eso hasta caer dormido. Mañana será un nuevo día.

Sin embargo, ese día ocurre una segunda opción. En ella se detiene un instante y atiende sus sensaciones. Se da cuenta que tiene que ver con no haber sido seleccionado para jugar con el equipo la próxima semana. Eso ya le produce cierto alivio. Sentirse así, excluido y solo, trae a su memoria recuerdos del pasado cuando era un niño al que sus hermanos mayores no dejaban participar en sus actividades. Siente mucha rabia hacia ellos y el entrenador. Permanece en contacto con el enfado que va a amainando poco a poco. Es “como si algo en mí se diera cuenta de que ya no soy un niño”. Siente cierto alivio de nuevo. Por un lado, acepta que el equipo es más importante para él de lo que pensaba, por otro, que siendo realista no se ha implicado lo suficiente. Decide aceptar sus errores y hablar con el entrenador el día siguiente para mejorar. Siente esperanza.

Gedlin decía que hay un tipo de “cambio que no parece estático ni tampoco brusco”. Un cambio genuino no es la repetición de un esquema rígido, un patrón de acción predeterminado, como permanecer enfadado pensando que personas como el entrenador no me valoran. Además, si cada vez que me siento mínimamente excluido culpo a los otros y abandono los grupos esto convierte en real mi exclusión.  El esquema permanece “estático”, perpetuándose en su repetición. En un chiste referido por Watzlawick un loco da palmadas cada tres segundos. El psiquiatra le pregunta qué es lo que está haciendo. “Estoy espantando elefantes”, le contesta, “les asustan las palmadas”. “Pero aquí no hay elefantes”, le comenta el psiquiatra. Entonces el paciente sonríe: “claro, por que funciona”. El cambio genuino tampoco es una imposición “brusca” como el atracón del ejemplo, donde más que haber una transformación desde dentro hay una imposición del cambio desde fuera

Gendlin adjetivó al cambio genuino como “auténtico”. Un amigo me dijo entusiasmadísimo después de un concierto: “Me encanta Enrique Morente porque es auténtico, lo que él hace solo lo puede hacer él y en ese momento y ese lugar”. Parecía una obviedad, pero entendí lo que quería decir. Cuando la película Amelie dio popularidad a la música de Yann Tiersen todos los anuncios sonaban a partituras de Yann Tiersen durante algo más de un año. Después de Philip Glass hay una legión de partituras que suenan al minimalismo de Philip Glass, que son repeticiones rutinarias de patrones prestablecidos, pero carecen de su originalidad, frescura, espontaneidad o “autenticidad”. Como la respuesta a un koan zen, no existe una solución correcta predeterminada, sólo la que nace del presente desnudo y en un corazón vacío puede ser considerada de ese modo: auténtica. Lo que, como mi amigo comentó hablando de Morente, solo ese practicante puede responder en ese momento y ese lugar exactos.

La autenticidad es un proceso que se lleva adelante en el presente”. En ese cambio se experimenta una continuidad corporal. “Esta continuidad-en-el-cambio característica de los procesos corporales la denominamos ‘llevar adelante’ para distinguirlo del cambio brusco y de lo que no es cambio”. Cuando prestó atención a las sensaciones difusas de malestar y supo que se relacionaban con el equipo y que aquello a su vez se relacionaba con cómo se había sentido en la infancia experimentó un cambio, algo en el cuerpo que se había liberado. “Hay un efecto corporal al decirlo y este efecto no es un cambio brusco a otra cosa”, como en el caso del atracón. “Por eso cuando uno simboliza su propia experiencia (en palabras o en otros símbolos), eso es en sí mismo una nueva experiencia, un llevar adelante la experiencia que se simboliza y por consiguiente un cambio en ella” Darse cuenta de lo que sentía, hacerlo explícito, cambió la primera experiencia. No sólo objetos, como comer cuando tengo hambre, cambian la experiencia, sino “también las relaciones interpersonales y las palabras pueden llevar adelante el proceso”. Entonces supo qué dirección tomar.

Para comprender en mayor profundidad lo que sucedió en el sofá hay que añadir que el cuerpo es una unidad de múltiples procesos en interacción. Respirar, digerir, retirar la mano de la llama o retraer la mirada avergonzado son procesos interrelacionados, afectar a uno afecta a los demás. Cuando llevamos adelante un proceso, cuando el cambio se realiza con autenticidad, el resto de procesos se ven afectados por ello.

Al día siguiente llamó al entrenador para disculparse e involucrarse aún más. Era una resolución creativa y nueva que racionalmente no hubiera imaginado. Como proceso vivo mi organismo genera una trayectoria. De nuevo aquí Gendlin trasciende la visión dualista en la que una entidad se mueve de un punto A a un punto B en un espacio predefinido. Gendlin afirmaba que “la persona existe en sus sensaciones corporales, en las situaciones con otros y en el pasado y el futuro”. La relación circular descrita anteriormente entre implicar y acontecer genera un movimiento cuyo propósito no es tanto alcanzar un allí, como la propia continuidad del proceso de la vida. El proceso no ocurre de una sola vez, simultáneamente, sino que transcurre en el tiempo, lo que tampoco quiere decir que esto acontezca en una secuencia lineal de causas y efectos. “Uno vive el presente junto con su pasado y con el futuro que ha proyectado…El futuro guía el presente, pero los proyectos de futuro y presente son vividos por y con el cuerpo que es o tiene el pasado en sí mismo”. Desde la perspectiva de Gendlin el pasado no cesa de cambiar. Esto me hace recordar investigaciones recientes acerca de la memoria, especialmente investigaciones sobre las memorias traumáticas, cuyos resultados evocan el concepto de “procesos detenidos”.

En una investigación, citada por van der Kolk, se entrevistó durante décadas a veteranos de la Segunda Guerra Mundial. En cada entrevista se le pedían que relataran todo tipo de recuerdos: episodios más o menos anodinos de sus vidas, otros más importantes, como el día de sus bodas, o bien experiencias traumáticas de sus experiencias bélicas. Cada vez que narraban los hechos lo hacían de un modo diferente. De una forma poética podríamos decir, junto a Gendlin, que su pasado no paraba de cambiar. Sin embargo, los recuerdos traumáticos habían quedado congelados. Era como si no se hubieran digerido y hubieran permanecido como un tóxico sin incorporarse al resto de los recuerdos que componían la trama de sus vidas. Cuando rememoraban las experiencias traumáticas de combate, el mismo olor a pólvora, la misma sensación de angustia en el cuerpo, la posición de los objetos en el espacio, seguían en el mismo lugar. No había información nueva ni se alteraba el recuerdo. Y al mencionarlos aun parecían estar vivos en el presente, manifestándose en el cuerpo y nublando la conciencia. 

Nuestra memoria no es una filmoteca a la que acudimos para visionar cintas de lo ocurrido. No pulsamos el play y contemplarnos nuestra primera comunión o nuestra primera cita. Como afirma Peter Levine, la memoria se reconstruye constantemente, reorganiza, añade o borra información, ya que su función primaria no es guardar datos o esquemas, sino adaptarnos a sobrevivir. Sin embargo, las memorias traumáticas son estáticas, por lo que impide la creación de nuevos patrones. Suelen surgir fragmentadas, como a pedazos, detonadas por acontecimientos exteriores. Como el veterano de guerra que salta a esconderse bajo la mesa de un restaurante sobrecogido por el sonido de un helicóptero lejano.

En un artículo, Gendlin resumió la teoría experiencial basándose en 4 conceptos: a) la existencia es preconceptual, internamente diferenciable y sentida corporalmente; b) la persona es interacción; c) la autenticidad es el proceso de llevar adelante el presente, no un puro presente, sino un pasado llevado hacia delante por la tracción del futuro; y d) la experiencia es valorativa, dirigida a un fin y focal. 

Al afirmar que la experiencia es valorativa, Gendlin expresaba que la experiencia tiene una dirección, que “solo unos pasos y no otros llevarán adelante el proceso”. Si una persona siente calor en una habitación, ejemplificaba, su experiencia corporal implica hacer o decir algo para refrescar la habitación. Y aquí formula a mi juicio uno de los puntos cruciales y más prácticos y esperanzadores de Focusing. “la dirección del siguiente paso psicoterapéutico está siempre implícito en la experiencia presente de uno mismo, no es cuestión de elegir metas, como si la dirección pudiera ser una cualquiera y se añadiera desde fuera a la experiencia presente”. El siguiente paso ya está implícito en el presente, de modo que el hambre no es un problema, sino la experiencia que conduce a la saciedad.

Una monja católica con la que trabajé durante varios años solía usar la palabra “discernir” cuando teníamos que tomar una decisión laboral importante que iba a afectar a personas.A veces llegados a un punto me decía: “tengo que tomarme un tiempo y discernir esto con claridad”. Pronto me di cuenta que con discernir se refería a algo muy concreto. Me comentó que sus compañeras también lo hacían, que se trataba de estar a un rato en silencio, a solas, y explorar si la decisión nacía de ellas o de Dios. Intenté que me diera más detalles, pero era incapaz de describirlo mejor. Me llamó la atención que, aunque ella no supiera explicitarlo, tenía un método práctico que podía aplicar a situaciones muy concretas. Cuando descubrí focusing me acordé de ella. Reformulé su explicación en que se trata de explorar si la decisión nace de los patrones cristalizados del ego, de procesos detenidos, de memorias congeladas, como algo que tratamos de imponer a la realidad, o bien es una decisión auténtica en el sentido que Gendlin aplicaba a este adjetivo. Ahora tenía un método enraizado en una visión que trasciende las trampas de la independencia y la dependencia.

Sabía que para “discernir” he de detenerme y atender. ¿Pero atender a qué? Al referente directo. López Marín resume que el “referente directo es una simbolización corporalmente sentida de lo cual alguien puede hablar o referir”. Doi e Ikemi escriben que, al menos técnicamente, las expresiones “referente directo” y “sensación sentida” pueden usarse intercambiadamente. Las dos involucran sentimientos que aún no están claramente formulados. Me resultó muy clarificador un ejemplo de Gendlin. Estoy en una conversación oyendo la intervención de mis amigos, de repente algo me toca y quiero transmitir un mensaje. Aun no sé qué forma tomará, qué palabras usaré, pero hay “algo” que lo sabe, de alguna forma está en mi cuerpo, ahí, difuso, esperando el momento para ser desarrollado. Cuando es mi turno de hablar me dirijo a esa sensación y lo explicito en palabras. Conforme hablo voy corrigiendo, ajustando, direccionando sobre ese referente sentido de “lo que quiero decir”.  Para “discernir” atiendo a esa sensación corporal, difusa, poco clara, nueva, global, ese referente en el que se trenzan en un modo holístico aspectos sensoriales, emocionales, intelectuales, volitivos… y la vida se hace a sí misma.

En resumen, estoy frente al otro y lo otro, no soy distinto, pero no soy lo mismo; no soy independiente, pero tampoco dependiente. De algún modo en como si  Tú y Yo co-ocurrimos, yo y el mundo co-acontecemos. Gendlin escribió: “Comúnmente se dice que cada una de nuestras relaciones «saca» rasgos distintos dentro de nosotros, como si todos los rasgos posibles estuvieran ya en nosotros esperando para que los «saquemos». Pero, en la realidad, tú me afectas, y conmigo no eres simplemente tú, como usualmente eres. Tú y yo ocurriendo juntos nos hace inmediatamente diferentes de lo que usualmente somos. Del mismo modo en que mi pie no puede ejercer la típica presión cerrada estando en el agua. Nosotros ocurrimos diferentemente cuando somos el ambiente de cada otro. Cómo tu eres cuando me afectas a mí, ya está afectado por mí, y no por mi como usualmente soy, sino por mi mientras ocurro contigo”.

Bibliografía

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Doi, A., Ikemi, A. El proceso de referencia. Como conectarse con los sentimientos en curso. “How to get in touch when feelings happens: The process of referencing”. Journal of Humanistic Psychology, Vol. 43 no. 4, 2003. Traducido por Robles Campos en http://focusingexperiencial.blogspot.com/2008/08/el-proceso-de-referencia.html

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Grayson, Perry. La caída del hombre. Malpaso ediciones. 2016.

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