Los komuso son monjes de una secta zen japonesa conocida como Fuke, característicos por tocar la flauta shakuhachi ataviados con una inmensa canasta de paja que les cubre la cabeza, símbolo de la ausencia de ego. Sus miembros, famosos por su itinerancia y vagabundeos, usaban la flauta para una muy peculiar forma de meditación sonora conocida como suizen, así como para pedir limosna durante sus interminables desplazamientos. Esta entrada aborda algunas de sus peculiaridades musicales y religiosas, así como parte de su interesante y peculiar historia.
Los komuso y la meditación sonora.
Todo komuso recibía al ordenarse las conocidas como tres herramientas: la flauta, el sombrero de paja y el mantón. El mantón era similar al de otras sectas budistas coetaneas. El cesto cubría completamente el rostro de forma un tanto aparatosa, pero permitía la interpretación del instrumento. También recibían una pequeña caja de madera lacada que colgaban del cuello para portar los documentos que les permitían atravesar las fronteras. Pero para conocer auténticamente la esencia sobre las que los Komuso construían sus vidas es especialmente necesario profundizar en las características del tipo de flauta que utilizaban. El sonido y técnicas de la shakuhachi revela mucha información sobre el espíritu que anima la búsqueda del Komuso y, como afirma el musicólogo Horacio Curti, también sobre los ideales sonoros de Japón.
Frente a la limpieza y pureza tímbrica de los sonidos buscada en algunos entornos académicos europeos, la cultura japonesa parece basarse en una concepción “no-pura” del sonido. La flauta shakuhachi requiere de gran destreza por parte del intérprete. Las distintas notas se alcanzan manejando diferentes técnicas de soplado que varían las alturas de los tonos, sutiles variaciones en la respiración y la embocadura alteran la calidad del sonido, así como la presión completa o parcial de los orificios. Pueden usarse distintos procedimiento técnicos para emitir una misma nota. Sin embargo, los intérpretes de este tipo de flauta poseen nombres diferentes para sonidos de la misma altura. Lo que se nombra no es la nota interpretada, sino su cualidad tímbrica, el grado de pureza o impureza del sonido. El lego suele sorprenderse al contemplar diferentes digitaciones y diversas maneras de articular las técnicas para alcanzar notas idénticas, pero no lo son para el oído entrenado. Sus diferencias radican en lo que los intérpretes llaman “el espíritu” de los sonidos.
Si bien las piezas de Shakuhachi son en gran parte improvisadas, algunos grupos de monjes fueron desarrollando una forma de meditación apoyados en la emisión de determinados sonidos específicos. Poco a poco, la interpretación se fue formalizando y la práctica meditativa asemejó una forma de ceremonia conocida como suizen.
La historia de la secta Fuke
Etimológicamente, Komuso significa “Monje del vacío” o “monje del no ser”, de Komu (vacuidad) y so (monje o sacerdote). Los orígenes más remotos de la secta Fuke a la que pertenecen los Komuso, se remontan a un monje legendario que vivió en China en el siglo IX, llamado Linji Yixuan. Uno de los compañeros de Linji, conocido en Japón como Puhua, cuya traducción japonesa del nombre se usa para referirse a la secta, es recordado por tocar una campana mientras caminaba llamando a la iluminación. De esta práctica derivó la estrecha relación entre interpretación de la flauta y meditación conocida como suizen, que significa literalmente soplando(sui) zen. Los Komuso llegaron a Japón en el siglo XIII y pronto ganaron gran popularidad. Era llamativo verlos en las esquinas de las ciudades o andando por los caminos ataviados con enormes cestas sobre sus cabezas mientras interpretaban la flauta.
Durante siglos la historia de los Komuso atravesó suertes diversas. Durante el shogunato Ashikaga, los viajes a través de Japón se vieron fuertemente restringidos. Sin embargo, la secta gozó de un permiso especial del Shogún que les permitió continuar con sus prácticas de vagabundeo e itinerancia, imprescindibles en su vida espiritual. Pronto, el propio shogunato y sus enemigos comenzaron a usar el disfraz de Komuso para espiar y moverse libremente a través de Japón. La apariencia de un monje del vacío, permitía liberarse de los escrutinios oficiales a los que eran sometidos todos los viajeros que iban más allá de su provincia.
Pronto, este ardid fue tan generalizado que la situación se invirtió: eran los komuso los más concienzudamente investigados por las autoridades cuando se desplazaban a una nueva zona. Una de los procedimientos más usados para comprobar si el monje era o no un auténtico religioso, era hacerle interpretar alguna pieza en su Shakuhachi. La pieza conocida como Shika no tone, gozó de gran popularidad en este sentido. Si el intérprete se negaba o su pericia era a todas luces insuficiente, podía considerarse como una prueba para su arresto.
Los albores del siglo XVII son los del Japón unificado y el shogunato de Togukawa, así como el comienzo de las críticas destructivas hacia la secta Fuke y sus monjes del no ser. Durante el siglo anterior gran cantidad de samuráis habían sido despojados de sus derechos. Muchos de ellos abrazaron la vida religiosa, integrándose en las distintas sectas zen. Y una gran parte de estos comenzó una nueva vida como Komuso. El gobierno recelaba de esta nueva realidad de la secta Fuke, pasando a contemplarla como un colectivo con tintes desestabilizadores para las autoridades. Finalmente, la secta sería abolida por órdenes gubernamentales, los grupos disueltos y sus miembros perseguidos.
Honkyoku. El legado de los Komuso
El repertorio de piezas que originalmente estuvo al servicio de la mendicidad y la iluminación sobrevivió como parte de la música folclórica y tradicional japonesa y se conocen hoy como Honkyoku. Su significado literal es “piezas originales” y representan el legado conservado de la música elaborada por los Komuso. Tras la completa desaparición de la secta Fuke en el siglo XIX se formarón gremios de músicos dedicados al estudio e interpretación de la shakuachi. El repertorio se ha ido enriqueciendo y matizando con el tiempo, llegando a existir piezas con arreglos orquestales. Hoy en día es parte fundamental para comprender el espíritu que habita la música japonesa.
Durante los últimos tiempos de la secta Fuke, sus miembros trataron de preservar el uso de la Shakuhachi como algo privativo de los entornos y usos religiosos, sin embargo cada vez eran más los laicos que se acercaban atraídos por el dominio técnico y el repertorio musical de sus miembros. Progresivamente, los Komuso crearon dojos de práctica de la Shakuhachi, en los que instruían a todos los interesados en el arte, escuelas abiertas a todo tipo de gente independientemente de su condición o no religiosa. En la actualidad aun existen escuelas con estas características.
Merecen especial atención, dadas su proyección internacional y su labor como embajadores de la Shakuachi, los compositores e intérpretes de Hozan Yamamoto, fallecido el pasado 2014 y Masakazu Yoshizawa, que colaboró en populares bandas sonoras. Ambos ejercieron una gran labor divulgadora y docente en su propio país para la preservación del repertorio Honkyoku e impulsaron la modernización y adaptación a los nuevos tiempo siempre cambiantes.
Actualmente la tradición religiosa ha sido resucitada y pueden verse monjes de la secta Fuke en varios lugares de Japón.
El flautista zen.
Suzuki escribía que un artista ha de servirse de un instrumento para el desarrollo de su arte. El escultor, para dar vida a su obra hace uso del cincel, el martillo o el torno, moldea la arcilla, la piedra o la madera. Sin embargo, un artista de la vida no necesita salirse de sí mismo. “Todo el material, todos los implementos, la capacidad técnica que se requiere ordinariamente está dentro de él desde que nace, quizás aun antes de que sus padres le dieran vida.” Desde esta perspectiva, los Komuso no tocan la flauta, sino a ellos mismos. No tocan la flauta, pero la tocan.
El flautista Komuso es ante todo un monje zen que se adiestra en el dominio de su instrumento para experimentar el arte de la vida. Lavar los platos, no para que estén limpios, sino para lavar los platos. Comer y comer, hablar y hablar, caminar y caminar. Una única realidad sin dobleces, una presencia infinita en la que el komuso se disuelve.
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