En esta entrada abordamos el procesamiento cerebral del miedo. ¿Qué sucede e nuestro organismo cuando nos asustamos? ¿Por qué a veces nos vemos raptados por nuestras emociones? ¿Qué estructuras de nuestro cerebro están implicadas? ¿Cómo el miedo nos ayuda a sobrevivir? ¿Y a aprender? ¿Podemos enfrentar el miedo?
La amígdala y las investagaciones de LeDoux
Para comenzar a responder a las preguntas con las que hemos abierto la entrada, es necesario acercarnos a los estudios de LeDoux, que supusieron un momento crucial para comprender las emociones a un nivel cerebral y, más específicamente, el papel de la amígdala en el procesamiento del miedo.
La amígdala es un conjunto de núcleos de neuronas con forma almendrada (del latín amygdala, es decir, almendra) cuya función principal es el almacenamiento y procesamiento de reacciones emocionales. Goleman, que popularizó el concepto de Inteligencia Emocional, describe la amígdala como un centinela cerebral, un vigía de la vida mental que afronta toda sensación y percepción con el único propósito de responder a una pregunta: ¿se trata de algo que odio, de algo que temo, de algo que puede herirme de algún modo? En caso afirmativo la amígdala informa al resto del cerebro y desencadena la reacción consecuente.
LeDoux generó miedo condicionado a ratas en su laboratorio. Para ello asoció un determinado sonido a un choque eléctrico, por lo que la mera percepción de dicho sonido generaba respuestas asociadas al miedo tales como el aumento de la presión arterial y la paralización motora. Siguiendo la activación eléctrica de las zonas cerebrales, logró ir construyendo un mapa de la actividad cerebral ante estímulos temibles. Descubrió que la amígdala recibe información a partir de dos vías. Por un lado, recibía información del tálamo, puerta de entrada de la información sensorial al cerebro. Por otro, recibía información de la corteza cerebral. Finalmente la amígdala elaboraba las respuestas endocrinas, conductuales y motoras que suponen, en definitiva, la respuesta emocional.
Amígdala en rojo. Imagen generada por Life Science Databases
La ruta cerebral del miedo
Esta visión propuesta por LeDoux contradijo la visión tradicional que describía como la estimulación sensorial era analizada en la corteza cerebral tras su paso por el tálamo. Si bien esto sucede durante la mayor parte del tiempo, existe otra vía que conduce la información del tálamo a la amígdala, logrando gestionar una respuesta, en caso necesario, antes de que dicha información alcance el neocórtex. Es, por así decirlo, un atajo emocional. Así, las ratas cuya corteza auditiva era destruida, es decir, aquella área de la corteza cerebral encargada de analizar la información auditiva, seguían aprendiendo a temer el sonido asociado a la descarga eléctrica. No era necesario el procesamiento de información de la corteza para aprender a percibir, recordar y accionar el miedo. Al fin y al cabo, la amígdala recibe dos tipos de información, una inconsciente y otra consciente.
En multitud de ocasiones, cuando caminamos por la calle, un ligero vistazo, o algún tipo de sonido aceleran nuestras pulsaciones y nos hace brincar hacia la acera. A veces erramos y lo que creíamos era una moto o un coche avanzar vertiginosamente hacia nosotros era cualquier otro tipo de ruido o relampagueo visual que nada tenía que ver con una amenaza. Otras veces, sin embargo, sí que evitamos el peligro poniendo en marcha dicha reacción. Nuestro organismo yerra múltiples veces, pero en un plano evolutivo, nos compensa.
Secuestro emocional
Imaginemos que Jaime y María son una pareja. María se ha ausentado de la ciudad y Jaime duerme solo. Un imprevisto la hace volver en mitad de la noche, sin previo aviso y entrar de madrugada a su habitación. Miguel se despierta y ve la sombra de un cuerpo en el umbral de la puerta a escasos metros de la cama. De repente se revuelve sobre sí mismo dando un brinco que le coloca en posición defensiva, a la par que comienza a gritar. María se acerca calmándole con palabras, pero Miguel casi la golpea. En cuestión de segundos Miguel toma conciencia de la situación y amaga el siguiente golpe, esta vez más certero, que estaba a punto de dar. Continúan muchos de los síntomas de la reacción emocional ante la amenaza, como las palpitaciones que poco a poco van recuperando su ritmo normal y la situación va a aclarándose en su cerebro. Al ver la silueta borrosa en el umbral, la amígdala de Miguel dispuso una reacción defensiva que dejó, por un breve instante, fuera de juego el análisis y planificación que la corteza cerebral hubiera podido ejercer. Sin embargo, en caso de tratarse de un ladrón o alguien dispuesto a hacerle daño, el tiempo dedicado a sopesar las posibilidades, entre las que se encontraba que fuera María el cuerpo que vislumbraba en la oscuridad, hubiera podido costarle la vida o sufrir un grave ataque. Por eso, de algún modo, puede afirmarse que la corteza cerebral permaneció como desconectada por un breve lapso de tiempo. Aunque María trataba de tranquilizarle con palabras, éstas no alcanzaban el escrutinio del neocórtex y la respuesta defensiva desencadenada por la amígdala continuaba ejerciendo el control de Miguel. A dicho periodo puede denominársele rapto emocional y es responsable de muchos actos que ponemos en marcha sin tener auténticamente consciencia de los mismos.
Tàlamo en rojo. Imagen generada por Life Science Databases
Siguiendo las investigaciones de LeDoux, antes de que la información visual y auditiva llegue a la corteza cerebral, pasa por el tálamo y de ahí, a una distancia ínfima, a la amígdala. Otra vía procedente del tálamo lleva la información hacia la corteza, más alejada anatómicamente. Ésta estructura permite al cerebro, por intermediación de la amígdala responder a los estímulos antes de que éstos sean analizados en el neocórtex. Éste hecho explicaría por qué en muchas situaciones se describen desbordamientos emocionales, raptos de cordura, actos de pura impulsividad pasional, etc., ya que en ocasiones las respuestas no vienen mediadas por el análisis, ponderación y planificación de la corteza cerebral, sino por estimaciones inconscientes elaboradas desde la amígdala, capaz de orquestar acciones de respuesta inmediata.
Aprendizaje de comportamientos emocionales: condicionamiento de contexto.
La amígdala también juega un importante papel en el aprendizaje de los comportamientos emocionales, más específicamente a través del denominado “condicionamiento de contexto”. Este condicionamiento se refiere al aprendizaje de conductas que pueden conducir al animal a aumentar la frecuencia de contactos con estímulos importantes para la propia supervivencia o la de la especie, tales como la alimentación o el sexo. Así, el animal aprende a comportarse de tal modo que aumenten los contactos con situaciones que entrañan una recompensa, sea sexual, nutritiva o relacionada con drogas de abuso. Todos los estímulos presentes en el contexto cuando se obtiene la recompensa, se asocian a ésta. Este proceso de aprendizaje se realiza a través de la amígdala.
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