LA LIBERTAD
Un general japonés fue detenido por sus enemigos y encerrado en la prisión. El hombre sabía que al día siguiente iba a ser torturado. No conseguía dormir; se quedó caminando en la celda, pensando en la muerte. Pero de pronto llegó a una conclusión: «¿Cuándo voy a ser torturado? Mañana. ¡Pero mañana no es real, eso fue lo que los maestros zen me enseñaron!» En el momento en que entendió eso, se calmó y se adormeció.
En la comprensión de que la única cosa real es el ahora, cayó en el sueño. Estaba en prisión, pero era un hombre libre. Los enemigos de la libertad no están fuera, están dentro. Las cadenas que nos atan están aquí. Quiero hablar de estas corrientes, una por una, porque son muchas. La primera corriente que nos ata y nos impide ser libres está en las experiencias del pasado. Esto es bien fácil de comprender. Una persona que perdió a su madre a los ocho años quedó tan traumatizada por esa experiencia, que no puede acercarse nunca más a nadie. Una mujer que ha sido molestada sexualmente cuando niña, tiene miedo de todos los hombres. Un hombre injustamente acusado y despedido del empleo queda con toda su vida envenenada por la amargura. Lo primero que nos controla y que nos impide sentirnos libres y vivos son, más que nada, las experiencias del pasado. ¿Cómo quebrar estas corrientes, cómo ser otra vez libres? Hay un ejercicio muy simple que nos puede ayudar. Los requisitos para hacerlo provechosamente son la fe y la gratitud. Si usted se descubriese influenciado por una de esas experiencias del pasado, retorne a esa experiencia en un momento de calma, paz y quietud. Si no lo consiguiese, hable con Dios y mantenga la calma. Imagínese junto a Dios, diciéndole: «Señor, es difícil, pero creo y confío en que, si el Señor permitió que eso sucediese, fue para mi bien. Hasta ahora no puedo ver dónde está el bien, pero sé que él existe para mí.» Haga esto con suavidad, no sea violento, no se fuerce a sí mismo. Si descubre que se está rebelando demasiado, déjelo estar, continúe otro día. Pero es importante, comenzado el ejercicio, intentar llevarlo hasta el fin. Usted puede sentir que la rabia domina su corazón. Está bien, quédese con rabia. Aun así estará orando. El Señor se alegrará de su honestidad. Después, déjelo para otro día. Es una cosa que lleva tiempo, porque la libertad no se adquiere rápidamente. Cuando sienta en el corazón y le diga a Dios que realmente cree que todo sirvió para su bien, vaya hacia el paso siguiente: agradezca a Dios. Cuando pueda agradecer por el hecho y por el bien que de él se derivará, se sentirá libre, la corriente se quebrará. Una cosa menos que lo ata. Otra especie de corriente que nos ata interiormente: las buenas experiencias del pasado. ¿Cómo? ¡Es tan bueno recordadas y alimentarse de ellas! Pero allí hay un peligro. El peligro es que se contagie aquella enfermedad que se llama añoranza. ¿Sabe lo que sucederá entonces? ¡Va a dejar de vivir! Abandonará el presente. Más aún: probablemente destruirá el presente. Vamos a suponer que usted haya tenido una experiencia adorable con un amigo. Admirar una puesta de sol, por ejemplo. Otra vez, sale para comer con él. Si usted toma la experiencia hermosa del pasado, la de la puesta de sol, y la coloca dentro de una campana de cristal, llevándola con usted mientras camina junto a su amigo, en secreto abre la campana, mira y dice: «¡Esto no es tan bueno como la experiencia pasada!» ¿Ve lo que ha hecho? Gracias a la experiencia del pasado, destruye el presente. Será menos libre, estará menos vivo. ¡La experiencia del pasado lo dirige! ¿Cómo librarse de eso? Hay un método que puede ser muy doloroso. Dar a luz una nueva vida puede doler. Pero si usted está dispuesto, piense en algunas de las personas que amó en el pasado y que ya no están con usted por una separación o una muerte. Hable con cada una de esas personas, diciendo: «¡Tuve la suerte de que tú entraras en mi vida! ¡Qué agradecido estoy! ¡Te amaré siempre! Ahora, adiós, tengo que irme. Si me ato a ti, no aprenderé a amar el presente, y no aprenderé a amar a las personas con las que estoy. ¡Adiós!» Esto puede ser doloroso. Después, recuerda algunas de las buenas experiencias del pasado y las personaliza. Piense en cada una de ellas y diga: «¡Qué maravilloso fue tenerte, estoy muy agradecido! ¡Pero ahora, adiós!» Eso puede ser más doloroso, ¿sabe? Hay otro ejercicio que alguno puede sentir más doloroso aún: piense en algunas de sus posesiones del pasado, cosas que usted atesoró, como su juventud, su fuerza, su belleza; personalícelas. Eso puede sonar un poco infantil. Pero no tenga miedo de ser como un niño. ¡Usted puede encontrar el Reino! Dialogue con ellas y diga: «¡Qué maravilloso fue tenerlas! ¡Qué agradecido estoy de haberlas tenido en mi vida! ¡Pero ahora adiós, tengo que irme!» Muchos ancianos no vivieron nunca ni probaron toda la dulzura, profundidad y riqueza que trae la edad avanzada, porque no dejaron atrás la juventud, la fuerza, la vitalidad. Lo mejor está todavía por venir. El fin de la vida fue lo primero en ser hecho. Lo mejor está por venir. Muchas personas pierden el mejor periodo de sus vidas, los días avanzados, porque están demasiado centradas en el pasado, dirigidas por las buenas experiencias del pasado. Son dos corrientes que nos impiden ser felices. Un pájaro herido no puede volar, pero un pájaro que se apega a una rama de árbol, tampoco. ¡Deje de apegarse al pasado! Dice el proverbio hindú: El agua se purifica fluyendo; el hombre, avanzando. Ahora viene la tercera corriente. La ansiedad y el miedo del futuro. ¿Se acuerda del general japonés? Jesús habla de la misma actitud en un lenguaje más poético:«Mirad los pájaros del cielo, mirad los lirios del campo. Ellos no se preocupan. ¡Por lo tanto, no se angustien!»
¡Qué difícil es alcanzar esa realidad! Hasta Jesús se desarmó frente a la muerte. Quedó deprimido, ansioso. y si nosotros queremos quebrar la corriente de ansiedad, tenemos que hacer lo que Jesús hizo: enfrentar el miedo y hablar con él como si fuese una persona. Amablemente, sin violencia, porque el miedo está dentro de nosotros, disfrazado de prevención. Diga al miedo: «Entiendo por qué estás aquí. Pero confío en Dios.» Y si encuentra, en el corazón, que puede hacerlo, agradezca previamente por las consecuencias. Eso será de gran ayuda. Agradezca a Dios por todo lo que sucederá. La próxima cadena interna que nos esclaviza tiene también que ver con el futuro: la ambición. Tener ambición puede ser una cosa maravillosa. ¡Pero estar esclavizado por la ambición es horrible! ¡Las personas esclavizadas por la ambición apenas viven! No hay necesidad de explicar esto. Todos nosotros conocemos personas así. ¿Qué hacer si usted es víctima de la ambición? . Póngase en presencia de Dios, haga un acto de fe en que el futuro está en manos de El. Dígale: «Señor, confío en que tienes el control del futuro, voy a hacer todo lo que está a mi alcance para realizar mis sueños pero dejo el resultado en tus manos.» Después agradezca por el resultado de su actitud. Eso le traerá paz y libertad. La cadena siguiente es el apego a las cosas presentes. El corazón humano es un gran imán, y no es necesario decido a voces, porque todo ser humano lo experimenta. Queremos poseer cosas, personas, y no separamos nunca de ellas. Nos volvemos dependientes y perdemos la libertad. Frecuentemente, no dejamos tampoco que las personas sean libres. Sugiero un ejercicio para liberar nuestro corazón de ese tipo de apego. Piense en una persona a la cual está profundamente apegado, tan apegado que no la quiere dejar. Hable con esa persona en el pensamiento, imagínela sentada frente a usted, hable con ella. Hable amablemente. Diga a esa persona lo que significa ‘para usted y después agregue la fórmula siguiente, que al principio puede resultarle dolorosa. Pero, como dije al comienzo, no se fuerce a sí mismo. Si es doloroso, déjelo para después, cuando sea capaz. Dígale a la persona: «¡Qué valioso eres para mí, cómo te quiero, pero tú no eres mi vida! Yo tengo la vida para vivir, un destino para cumplir, distinto del tuyo.» Son palabras duras, pero la vida no siempre es fácil. Después tome cosas, lugares, ocupaciones, cosas preciosas, de las cuales sea difícil apartarse y dígales algo semejante a cada una de ellas: «¡Qué precioso eres para mí! Pero no eres mi vida, tengo una vida para vivir, un destino para cumplir, distinto del tuyo.» Después les dice lo mismo a las cosas más íntimamente ligadas a usted. Cosas que son casi una parte de su ser: reputación, salud. Diga a la vida misma, que un día será engullida por la muerte: «Qué preciosa y amada me eres, pero tú no eres mi vida. Tengo una vida para vivir y un destino para cumplir, distintos de ti. » Con toda esperanza, como el resultado de la repetición valiente de esa frase, usted alcanzará la libertad espiritual. Hay aún otra corriente sobre la que tengo que alertarlo. Hablamos sobre las experiencias del pasado, las buenas experiencias del pasado, el miedo al futuro, las ambiciones futuras, el apego al presente. Y ahora viene lo que considero la corriente más poderosa de todas. La más difícil de quebrar. Pero, hagamos un ejercicio. Usted puede no ser capaz de hacerlo ya, puede necesitar un poco más de tiempo y de paz para realizarlo. El ejercicio consiste en pensar: «¿Qué existió cien años atrás en este punto en el que estoy sentado?» ¡Use su imaginación! Después, un salto mayor: «¿Qué existió tres mil años atrás en el lugar en el que estoy sentado?» Es decir, mil años antes del nacimiento de Jesucristo. Y aun así es relativamente cercano, pues los científicos nos dicen que la vida en este planeta existe hace millones de años. «Y de aquí a tres mil años, ¿qué existirá en este punto en el que estoy sentado ahora? ¿Habrá un desierto aquí? ¿Habrá una selva? ¿Habrá otra civilización?» De una cosa podrá estar seguro: si hay personas aquí, ellas no estarán hablando su lengua, no tendrán sus costumbres, pertenecerán a otra cultura. Ninguna lengua sobrevivió como lengua viva tres mil años. Intente imaginar eso, como si usted viese la Tierra dentro de tres mil años, buscando este lugar, buscando algún vestigio de su existencia. ¿Sabe qué sucederá? Experimentará un sentimiento de inmensidad. Una especie de sentimiento de liberación. ¿Sabe de qué? De la ilusión de que tiene importancia. Excepto a los ojos de Dios, no tenemos tanta importancia. Piense en uno de esos pajaritos de los que habla Jesús, piense en los lirios, en todas las flores del campo. Piense en los granos de arena, en las gotas de agua, en una gota de lluvia. Piense en usted mismo. ¡Qué insignificantes somos! Si usted fuese capaz de hacer ese ejercicio con éxito, sería liberado de la mayor tiranía de todas, la tiranía del yo. Usted experimentará la liberación, el alivio y la libertad. Porque no hay nadie tan libre y tan vivo como la persona que aceptó la muerte, la propia insignificancia. Este ejercicio le dará perspectiva y vastedad. Pero necesita tiempo. Tengo aún otro ejercicio para recomendar, el ejercicio misterioso, porque no se puede ver de inmediato la conexión que existe entre este ejercicio y la libertad. Consiste en lo siguiente: entre en contacto con las sensaciones de su cuerpo. Y después de haber hecho esto durante algunos instantes, tome conciencia de aquel que está observando esas sensaciones. Y diga: «No soy esas sensaciones, no soy ese cuerpo.» Luego observe los pensamientos que están en su mente. Después de algún tiempo, vuelva la atención hacia aquel que está observando los pensamientos, y diga: «No soy esos pensamientos, no soy mis pensamientos.» Después quede atento a sus sentimientos o recuerde algunos sentimientos pasados, especialmente del pasado reciente. Ansiedades, depresiones, culpas, sea lo que fuere. Luego de algún tiempo, vuelva la atención hacia aquel que observa esos sentimientos, o hacia el que recuerda esos sentimientos, y diga: «No soy ese sentimiento, no soy mis sentimientos.» Si está ansioso, no se identifique con su ansiedad. Si está deprimido, no se identifique con esa depresión. «Yo no soy esa depresión.» Éste es uno de los grandes ejercicios ofrecidos por Oriente. Los resultados no se notan inmediatamente. Pero provoca efectos infalibles. Y quiebra la más profunda de las corrientes, la de la ilusión y la de la tiranía del yo. Quédese en silencio por algunos minutos y practique algunos de los ejercicios que sugerí y que lo atrajeron. Tome dos ejercicios de los que llamaría de largo plazo. Aquel de los tres mil años atrás y tres mil años después. El segundo ejercicio de largo plazo es el misterioso: «No soy mi sentimiento, no soy mis pensamientos, etc.» Y he recomendado otros ejercicios para luchar con la esclavitud, con las corrientes, para provocar una liberación inmediata. Déjenme contar una historia sobre una persona libre.Es la historia de una muchacha, en una aldea de pescadores, que fue madre soltera. Sus padres le pegaron hasta que confesó quién era el padre: «Es el maestro zen que vive en el templo fuera de la aldea.» Sus padres y todos los aldeanos quedaron indignados. Corrieron al templo, después de que el bebé nació, y lo dejaron frente al maestro zen. y le dijeron: «¡Hipócrita! ¡Ese niño es suyo! ¡Cuídelo!» Todo lo que el maestro zen dijo fue: «¡Muy bien! ¡Muy bien!» Y dio el bebé a una de las mujeres de la aldea, encargándose el maestro de los gastos. Después de esto, el maestro perdió la reputación, sus discípulos lo abandonaron, nadie iba a consultarlo; y esto duró algunos meses. Cuando la muchacha vio eso, no pudo aguantar más y finalmente reveló la verdad. El padre del niño no era el maestro, era un muchacho de la vecindad. Cuando sus padres y toda la aldea supieron esto, volvieron al templo y se postraron delante del maestro. Imploraron su perdón y pidieron que les devolviese el bebé. El maestro devolvió el bebé y todo lo que dijo fue: «¡Muy bien! ¡Muy bien!»
Era una persona libre. Una persona capaz de sufrir, que alcanzó la perspectiva por sobre la cual les hablaba. Mi deseo para mí y para ustedes es que, como resultado de nuestros esfuerzos, ¡Dios nos dé este don!LIBERACIÓN
Piense en un niño pequeño al que se le da a probar una droga. Cuando crece, todo cuerpo está loco por la droga. Vivir sin ella es un dolor tan grande que es preferible morir. Usted y yo, como ese niño, tuvimos esa droga que se llama aprobación, aprecio, éxito, aceptación, popularidad. Una vez que usted tomó la droga, la sociedad puede controlado, usted se volvió un robot. ¿Quiere saber cómo se robotizan los humanos? Escuche esto: «¡Qué lindo estás!» Y el robot se hincha de orgullo. Oprimo el botón del aprecio y él queda allá arriba. Entonces oprimo otro botón, el de la crítica, y se viene al suelo. Control total. ¡Estamos tan afectados por eso! Somos tan fácilmente controlables. Y cuando nos falta eso, quedamos aterrados, temerosos de cometer errores, de que las personas se rían de nosotros. Vi a una niña de tres años entrando a un comedor, toda compuesta. Aplaudimos, pero ella pensó que nos estábamos riendo de ella y huyó a toda prisa. La madre tuvo que ir a buscada, pero ella se resistía a venir. Pensaba que nos habíamos reído de ella. Pensé: Sólo tiene tres años y ya hemos hecho de ella un monito. Alguien le enseñó esto: Cuando usted haga tal cosa, espere aplausos, y se debe sentir bien. Y cuando hagamos «¡buuuu!», se debe sentir mal. Una vez tomada esa droga, no hay remedio. ¿Piensa que Jesucristo fue controlado por lo que las personas pensaban y decían de Él? Las personas despiertas no necesitan esta droga. Cuando usted comete un error o es rechazado, siente un tremendo vacío. Es talla soledad, que usted se arrastra, implorando aquella droga llamada coraje, aceptación, y continúa siendo controlado. ¿Cómo salir de esto? Como resultado de haber tomado esa droga, usted perdió su capacidad de amar. ¿Sabe por qué? Porque no puede ver más a ningún ser humano. Usted sólo toma conciencia de que ellos aceptan o no, aprueban o no. Los ve como amenaza o como apoyo para ella. Piense en los políticos. Los políticos, frecuentemente, no ven a las personas en sí. Ellos ven los votos, y si usted no es un apoyo ni una amenaza para que ellos tengan votos, ni siquiera lo percibirán. Los hombres de negocios ven sólo el dinero, no ven a las personas, sólo los asuntos de negocios. Nosotros no somos diferentes, cuando estamos bajo el efecto de esa droga. ¿Cómo puede amar lo que ni siquiera ve? ¿Quiere liberarse de la droga? Tiene que arrancar esos tentáculos de su sistema. Ellos han llegado a sus huesos. Ése es el control que la sociedad ejerce sobre usted. Si fuera capaz de hacer eso, todo seria igual, pero usted se habrá desprendido. Estará en el mundo, pero no será más del mundo. Eso es aterrador. Es como pedir a un drogadicto: «¿Por qué no saborea una comida buena y nutritiva, agua fresca del río de la montaña y el aire agradable de la mañana? ¡Deje su droga por esto!» Él ni siquiera concebirá esa idea, porque no puede vivir sin la droga. ¿Cómo salir de esto? Es necesario afrontar el temor. Usted tiene que entender por qué no puede vivir sin el beneplácito de las personas. ¿Quiere amar a las personas? Muera para ellas. Muera para su necesidad de las personas. Comprenda lo que la droga le está haciendo. Sea paciente consigo mismo. Después llame a la droga por su nombre: es un estimulante artificial. ¿Quiere que realmente le guste vivir? Saboree los sentidos, la mente. Aprecie su trabajo, la naturaleza, vaya a la montaña y aprecie los árboles y las estrellas, la noche. Mantenga lejos a las multitudes. Y estará completamente solo. Entonces el amor nacerá en la soledad. Llegue al país del amor pasando por el país de la muerte. y comprenderá que su corazón lo trajo a un vasto desierto. Al comienzo padecerá soledad. Usted no está acostumbrado a que le gusten las personas sin depender de ellas. Al fin del proceso, usted podrá verlas. Entonces verá que el desierto, de repente, se transformará en amor. Y habrá música en su corazón. Y será primavera para siempre. Dese a sí mismo un alimento adecuado. Llame a la droga por su nombre y sea paciente, del mismo modo que haría con un drogadicto. y qué poderosa será esta oración. Piense en alguien cuya aprobación usted piensa que necesita. De quién quiere aprobación. Vea si consigue entender cómo, frente a esa persona, usted pierde la libertad. Piense en alguien de quien necesita para atenuar el dolor de su soledad. Piense cómo, delante de esa persona, usted pierde la libertad. ;Usted no es libre! ; No osa ser usted mismo! Usted no tiene que impresionar a nadie, nunca más. Está completamente cómodo con todo el mundo, no desea nunca más nada de nadie. El no cumplimiento de sus deseos no lo hace infeliz. Cuando usted no tiene que defenderse de nadie más, no siente la necesidad de disculparse, ni de explicarse. No tiene que impresionar a nadie. No se incomoda con lo que dicen, con lo que piensan. No se deja afectar. Entonces el amor comenzará. Mas sólo después de esto. En tanto yo necesito de usted, no puedo amarlo. ¿Qué mérito tendría usted si saludase tan sólo a los que los saludan? ¿Y si amase tan sólo a los que lo aman? Usted tiene que ser amor total, como el Padre celestial es todo amor. Porque Él hace brillar el sol sobre buenos y malos, sobre justos y pecadores, del mismo modo. NOTAS (1) Los textos de esta entrada han sido extraídos del libro «Caminar sobre las Aguas», publicado por la Editorial Verbo Divino en 1994