Rebeca Wild es una afamada pedagoga de origen alemán, actualmente radicada en Ecuador, donde, junto a su marido, creó en 1977 el Centro Educativo Pestalozzi, conocido como “Pesta”. Formada en pedagogía Musical y en el enfoque educativo de Montessori, ha trabajado durante años en la creación de alternativas a la educación tradicional desde una orientación adaptada a las etapas del niño, respetando su proceso natural de crecimiento, contenida en el eslogan “educar para ser”. Esta entrada recoge algunos de sus comentarios y reflexiones acerca del rol educativo de los adultos respecto a los niños y, más específicamente, del modo en que podemos enfrentar sus rabietas y crisis emocionales para ayudarles a crecer y madurar sana e integralmente.
Límites y presencia.
Comenzamos esta entrada con un breve fragmento de entrevista a Rebeca Wild realizada por el diario La Vanguardia (1). En él pueden apreciarse varios de los puntos fundamentales de su perspectiva.
–A los niños no les gusta que sus padres hablen por teléfono.
–
Interrumpa la conversación, diríjase al niño, establezca un contacto directo con él y dígale que ahora no puede estar por él.
–¿Contacto directo?
–
Sí, agáchese, póngase a su altura, tóquele, mírele a los ojos y háblele…
–Limites sí, pero con atención.
–
Exacto, con atención y amor. Si no quiero que mi hijo toque el aparato de música, no me cargo de paciencia hasta estallar en un grito, no discuto ni doy explicaciones eternas. Simplemente me coloco yo como límite físico entre el aparato y él y con palabras firmes le digo que no le permito jugar con ese objeto.
–¿Y?
–
En lugar de una prohibición, el niño se ve frente a alguien que no le rechaza sino que se planta con las señales de una ya conocida presencia que le ama entre él y esa cosa que no puede tener.
–Puede estallar una pataleta.
–
Los límites siempre son dolorosos, y en especial para niños con un viejo dolor, pero hay que permanecer firme sin anular el sentimiento del niño con explicaciones. Deje al niño que desahogue esos viejos dolores.
–¿Demasiadas explicaciones son negativas?
–
Los niños utilizan todavía todos sus sentidos para establecer contacto con el mundo exterior. Se orientan por nuestra postura, mirada, expresión, olor y sonidos.
– ¿Limite y presencia?
–
Sí, no hay que dejar al niño sólo en el difícil momento del límite. Cuando está dolido debe sentirse acompañado, pero en ningún caso intentar explicarle los buenos motivos que nos llevan a establecer ese límite, porque hacer eso es no respetar ese momento de dolor.
El papel de los adultos en la educación de los niños: la metáfora del aeropuerto.
Wild describe lo que denomina una perspectiva tradicional de educación y familia. Para muchos existe el convencimiento de que la familia ha de ser un sistema altamente organizado. Dentro del mismo cada miembro tiene pautado sus derechos y obligaciones de acuerdo con una serie de normas fijas. Para cada situación existen un conjunto prescripciones válidas y otras erróneas. El papel de los padres o educadores es garantizar que los niños se atengan a ellas escrupulosamente.
Cuando Wild trataba de proponer y explicar un enfoque diferente a las familias, se le ocurrió la metáfora del aeropuerto. Según este símil el adulto es un aeropuerto que siempre está disponible, preparado para abastecer las necesidades de los aviones para volar: combustible, mecánicos, radar, primeros auxilios, comunicación por radio, etc. todo lo que se puede proporcionar desde tierra.
“
El niño es el piloto” comenta Wild, “
y le corresponde aprender a pilotar el avión con responsabilidad. Si los servicios de tierra descuidan algún detalle, eso puede conllevar riesgos para el avión y para el piloto. A lo mejor es un piloto sin mucha experiencia. Aún le hacen falta muchas horas de vuelo para poder asumir responsabilidades completas. Pero el aeropuerto no interviene para ayudarle a pilotar. El rol del aeropuerto es simplemente estar a su disposición, siempre listo y plenamente equipado, a la espera de los despegues y aterrizajes. ¿Será su pista lo suficientemente larga para evitar maniobras peligrosas? ¿Estará en condiciones de tomar medidas de emergencia en caso de mal tiempo, de un daño mecánico, o cuando el piloto comenta algún error?…”
El aeropuerto no pierde el tiempo con explicaciones o reproches, simplemente trata de garantizar al máximo la seguridad del vuelo. Wild comenta que cuando los padres asumen esta perspectiva enseguida se plantean una cuestión fundamental: ¿estamos preparados para ser padres, para garantizar el vuelo, para dotar de suficiente seguridad, para abastecer todas las necesidades de nuestros hijos? No somos máquinas, con dispositivos mecánicos regulares y exactos. Los seres humanos no somos perfectos, por lo que no pueden existir los padres y educadores perfectos. Hemos de asumir el miedo e inseguridad que entraña nuestras responsabilidades como adultos como parte ineludible de la vida. Si bien somos seres vivos, al contrario de las máquinas, inexactos e imperfectos, esto tiene sus ventajas. Los organismos vivos poseen la capacidad de corregir los errores, propios y ajenos, y de sanar muchos de los daños causados por un accidente. Así es la naturaleza de la vida. El rol del adulto es cooperar con dicha sabiduría organísmica inherente a nuestra propia naturaleza y, de forma aún más notable, de la naturaleza de los niños.
Este blog recogía en una entrada anterior un poema de Gibrán en el que se afirma que nuestros hijos no son nuestros, sino de la vida, porque no vienen de los padres sino a través de ellos. Ellos viven en la casa del mañana y es infructuoso y torpe tratar de que se parezcan a nosotros, que somos su ayer. Los padres y educadores son el arco y no la flecha. Como en la metáfora del aeropuerto, el arquero ha de templar con tino y seguridad la dirección hacia el desarrollo y el crecimiento sano e integral de los niños (El poema puede leerse siguiendo este
enlace.)
Lo que vivimos como niños, lo que somos como adultos. La metáfora del clima.
Para explicar la profunda relación que existe entre nuestras experiencias más tempranas y la forma en que nos relacionamos con los niños, Wild usa la metáfora del clima. Aunque es un hecho lógico, algo que de una forma u otra siempre hemos sabido y tenido en cuenta. Hoy sabemos desde una perspectiva más científica, tanto por la experiencia clínica, como por los estudios observacionales de psicólogos y educadores, y por los recientes conocimientos sobre procesamiento emocional llevado a cabo por la neurociencia, que el clima emocional que vivimos en nuestra infancia va a influir en gran medida en nuestro sentimiento vital básico, en nuestra capacidad para gestionar nuestras emociones, relacionarnos con el universo afectivo de los otros, en definitiva en nuestra forma de sentir y amar, de temer o gozar.
Si nuestra infancia tuvo lugar en un clima desértico, en nuestro espacio vital crecerán sobre todo plantas del desierto. Un clima tropical, caliente y sofocante, generará una confusa maraña de plantas enredaderas, en las que unan coartan a las otras, obstruyendo el crecimiento. Cuando observamos el clima en el que se desarrolló nuestra niñez y que ha marcado el modo en que vivimos, muchos nos planteamos si es el idóneo para transmitir a nuestros hijos. “¿Somos la mejor compañía para nuestros hijos?” nos plantea Rebeca Wild. Somos imperfectos, nos recordaba anteriormente. Nuestra es la responsabilidad de hacernos cargo de un ciclo en forma de herencia circular. La infancia de nuestros padres determinó el clima afectivo que pudieron propiciarnos durante nuestra infancia, y el clima afectivo que obtuvimos durante la misma es el que ofrecemos a nuestros hijos. Somos directivos o anárquicos como resultado del trato que recibimos. Como padres y educadores, deseamos ofrecer el mejor suelo posible, fértil, lleno de nutrientes, agradable, con agua y luz siempre disponibles en su justa medida. Nuestras reacciones inconscientes obstruyen lo que somos capaces de sentir, de darnos cuenta, de aceptar en nuestros hijos y en el mundo que viven. Todo esto afecta a las relaciones espontáneas que establecemos con los niños que están a nuestro alrededor. Ese es el clima afectivo que creamos.
Romper el ciclo. La metáfora del jardinero.
Si deseamos acabar con la cadena de acontecimientos que hemos descrito, tenemos la posibilidad de actuar como jardineros. Con paciencia, cuidado, dedicación y esmero a la tarea, nos afanamos en convertir el suelo yermo en suelo fértil. De este modo trabajamos con nosotros mismos y con los niños. No se trata de reflexionar, sino de actuar y en base a ello modificar nuestro discurso y comprensión. Prescindimos la directividad e imposición a la que estamos acostumbrados en nuestro trato con nuestros niños o con los que trabajamos y observamos vigilantes y con actitud receptiva, tratando de que nuestros prejuicios no interfieran en lo que apreciamos, qué es lo que sucede.
No se trata de dejar que el niño haga lo que quiera. Esto ha traído muchos malentendidos. El creador de la Escuela Summerhill, el pedagogo Alexander Neill, que asumió uno de los puntos de vista más radicales acerca de la educación, refería una anécdota sobre el tema. Una señora fue a visitarle con su hijo. Afirmaba haber llevado a la práctica todas sus teorías. Mientras hablaban, el niño se subió sobre el piano de Neill y empezó a aporrearlo. Neill esperó unos instantes a que la señora se hiciera cargo de la situación, pero el niño iba adestrozarlo. Finalmente exhortó al niño y su madre a abandonar el despacho. La mujer no comprendía nada, ella decía que había aprendido de sus libros y conferencias que nunca había que decir no al niño. Aquello no era el resultado de sus teorías, afirmaba el pedagogo, sino de una malinterpretación de las mismas. Como nos recordaba Wild en su metáfora del aeropuerto, como adultos no debemos de volar por los niños, pero sí asegurar la seguridad y posibilidad del vuelo del mejor modo posible.
Nos encargaremos de crear un terreno fértil, de garantizar la luz y los nutrientes. Pero observaremos con paciencia y cuidado. En situaciones de crisis, nos recuerda Wild, es difícil saber cuándo intervenir o no. Suele ser mejor, nos recomienda, no reaccionar de forma automática, siguiendo nuestro primer impulso. Nos propone no dejarnos arrastrar por el impulso, sino detenernos, calmarnos y entonces actuar. Para ilustrar esto nos comenta una fiesta familiar que había organizado en su escuela.Una niña de seis años salió corriendo llorando estrepitosamente hcia sus padres, quienes tomaban café con unos amigos. Se tiró a los brazos del padre gritando estentóreamente. El padre, sacado tan abruptamente del agradable estado de clama en el que se encontraba, reaccionó con violencia. “No llorés, habla, ¿qué quieres?” La niña no respondía y el padre incrementaba la violencia de su reacción.
Una clásica reacción del adulto, comenta Wild es tratar enseguida de tapar la boca de los niños preguntándoles insistentemente ¿Por qué lloras, pero cuenta, qué ha pasado? U ofreciendo nuestras propias explicaciones sobre lo que le pasa. Imponiendo de este modo su manera de ver las cosas a los niños cuando se encuentran en problemas. Para Wild estos razonamientos son instrumentos para evitar tomar contacto con nuestras propias emociones y con las emociones de niño, para contactar, en definitiva, plenamente con el niño, incluso afectiva y emocionalmente. Pero lo necesario en una crisis no es aminorar el sentimiento, huirlo, evitarlo, sino todo lo contrario, sumergirnos plenamente en su vivencia. Pero, entonces, ¿cómo enfrentar una crisis emocional de nuestros hijos o de los niños con los que trabajamos?
Cómo enfrentar una crisis. La metáfora del coche.
En las situaciones de crisis, para Wild lo ideal es crear un clima de seguridad para el niño. Por ejemplo, mediante un respetuoso contacto físico con el niño. Emplear el mínimo de palabras mientras se siente mal. Sencillamente garantizar que se sienta a salvo. Sólo cuando se ha recuperado es conveiente hablar sobre lo ocurrido. Cuando la crisis ha sido superada. Eso, sino se ha alejado ya para ir a jugar. Parece una regla sencilla, pero no lo es tanto. Es necesario practicarla con entrega para afianzarla y sentirnos también nosotros seguros en ella.
La psicóloga Eulàlia Torras, comentaba a propósito de niños con especiales dificultades en la gestión de sus emociones, que los padres y educadores han de mostrarle a los niños que ellos son capaces de sobrevivir a sus rabietas. Si el niño explota en un ataque de ansiedad, miedo, pánico o furia y el padre o la madre reaccionan del mismo modo, también ha sucumbido al miedo o la rabia de la misma manera que le ha sucedido al niño. El niño ha de aprender que cuando explota, en medio de la crisis, el adulto es capaz de proteger y garantizar un espacio de seguridad, así él también se volverá capaz de generar ese espacio. Y esto no es sólo aplicable a niños con especiales dificultades, sino, como nos recuerda Wild, a cualquier niño.
Es necesario tomar consciencia del primer impulso de nuestra reacción y observar con claridad a qué obedece. Si a una muestra de debilidad, a una válvula de escape para nuestra frustración, a un intento de ahogar nuestro propio miedo, de ahogar nuestra furia con palabras y racionalizaciones, a … Es nuestra necesidad o la del niño. ¿estamos garantizando una tierra nutritiva, unas condiciones seguras para el vuelo o reaccionamos con automatismos aprendidos en nuestra niñez?
Wild propone la imagen de un coche. Cuando se sube una cuesta con una gran pendiente es mejor no hablar. Concentrados en realizar bien la tarea. Cuando lo pero ha pasado se usan palabras descriptivas. Sólo en las rectas nos valemos de palabras reflexivas. Antes hubieran entorpecido y no ayudado. Cuando un coche es atasca en el barro acelerar puede hundirlo más, empujarlo también. Pero podemos afirmar el terreno y que el coche salga por su propia fuerza. Esa es la clave en las crisis, afirmar el terreno para que el niño salga de ella con sus propios recursos.
Evidentemente no es sencillo, y supone un reto para madres, padres y profesionales de la educación, la psicología y otras disciplinas, enfrentar sus propios mecanismos de defensa, sus propias reacciones automáticas, algunas de las consecuencias de sus relaciones más tempranas de su experiencia familiar, como hijos, como alumnos, de su propia historia como niños y con el niño que aun somos en parte. Como Wild nos recuerda es una oportunidad para romper el ciclo, para crecer mientras les ayudamos a crecer, y simplemente el gran hecho de ayudar y posibilitar del mejor modo que seamos capaces sus procesos de crecimiento, de educar para ser y ser para educar.
NOTAS
(1) El fragmento pertenece a una entrevista más amplia realizada por Ima Sanchís en el apartado “La Contra”, publicado el domingo , 3 de septiembre de 2006. Puede consultarse completo siguiendo el enlace: http://www.ampaipse.com/EscolaPares/materialafectesinfantesa2.pdf
(2) El contenido de esta entrada ha sido extraído del libro “Aprender a vivir con niños. Ser para educar”, de Rebeca Wild, publicado por la Editorial Herder.