La espiritualidad es una de las dimensiones básicas del ser humano, nuestra sed de trascendencia es intemporal y tan connatural a nuestra especie como puede ser nuestro anhelo de razón, el empuje de nuestras emociones o el bipedismo. Desde escenarios diversos, hace tiempo que se viene planteando que el laicismo moderno no tiene porqué ser incompatible con esta faceta humana. El ámbito de la educación no ha permanecido ajeno a estas propuestas. El laicismo que define a los individuos, la sociedad y Estado como entes independientes de toda confesión religiosa es un interesante valor de la modernidad que habitamos, pero no es incompatible con la dimensión espiritual humana, semilla de muchas de las religiones organizadas. Así, no hemos de confundir tales religiones institucionalizadas con el germen del que emergen, condición natural de nuestro ser.
Actualizar nuestro potencial espiritual.
El proceso educativo trata de promover la mejor versión de las personas que participan de él. No estimular una correcta gestión de los sentimientos, capacidad de autocontrol, autoconocimiento sobre el universo afectivo y otras habilidades emocionales, puede generar personas socialmente torpes, carentes de empatía, incapaces de sentir y comunicar a un nivel profundo sus necesidades, así como de colaborar por suplirlas en los demás: futuros profesionales, compañeros, madres y padres emocionalmente incompetentes. Al fin y al cabo, personas que sufren y podría aliviar en parte su sufrimiento si aprendieran una serie de habilidades emocionales básicas. Del mismo modo, el cuidado de nuestro cuerpo (higiene, energía, resistencia, flexibilidad, etc.) o nuestra capacidad de razonar, pueden quedar muy lejos de la mejor versión de los futuros adultos si nadie en la familia o la Escuela, los dos escenarios por excelencia de socialización del niño, trabaja activamente por enseñar y transmitir el cultivo de tales posibilidades, de actualizar y realizar todo el potencial del que son capaces. Lo mismo sucede con la espiritualidad. Carentes de una educación espiritual, los niños pueden encontrar dificultades para conectar y confiar en la fuerza transformador de la vida, aprovechando el caudal de resiliencia, conocimiento y regeneración natural del crecimiento y el desarrollo; dificultades para sentirse parte de un todo más extenso del que forman parte, para aprender la humildad de no desear imponer sus dictados a la totalidad de la creación, para conectar a un nivel profundo con otros seres, para sentirse plenamente integrados y dotados de un horizonte de sentido; para alcanzar estados de serenidad, sosiego y comprensión más allá de la intelectualización; así como un largo etcétera de valores y características que definen la dimensión espiritual del ser humano.
Pero qué es la espiritualidad
La psicoterapeuta Virginia Satir, especialista en el trabajo con familias, presenta el tema narrando su propia experiencia personal. “Mi comprensión personal de la espiritualidad se originó a partir de mis experiencias infantiles en una pequeña granja lechera de Wisconsin. Pude ver que las cosas crecían por doquier. A temprana edad comprendí que el crecimiento era una manifestación de la fuerza vital, una forma de expresión del espíritu… pude presenciar el nacimiento de mi hermano y me sentí maravillada; pude sentir su misterio, emoción y solemnidad”.
Satir nos recuerda que sabemos cómo funciona el crecimiento, pero desconocemos como se inicia. “Ninguna planta crecía mejor porque yo lo exigiera o por temor a mis amenazas. Sólo crecían cuando encontraban las condiciones adecuadas y recibían los cuidados necesarios, aunque en mi opinión, estos incluyen el afecto”. Sólo cuando hemos recibido alimento podemos ofrecerlo a los demás de forma adecuada. “La creación de toda vida procede de una fuerza muy superior a la nuestra; el desafío de volvernos más humanos es permanecer abiertos y en contacto con dicha fuerza a la que damos diversos nombres, de los cuales Dios es el más socorrido. Considero que una vida exitosa depende de nosotros y de que aceptemos una relación con nuestra fuerza vital.”
Aprender a contactar con el milagro de la vida.
La propuesta de Satir es una invitación a contactar con el profundo milagro de la vida. La unión de dos células alberga todos los elementos de los complejos sistemas que originan una persona. “La fuerza vital no sólo supervisa el crecimiento de cada semilla, sino que canaliza la energía para que cada parte reciba todo lo que necesita”. Educar en la espiritualidad es encontrar la manera de atesorar, disfrutar, nutrir y utilizar eficazmente ese milagro.
La educación, desde esta perspectiva, debería basarse en una actitud de veneración por la vida. En nuestro esfuerzo por cambiar y modelar conductas, corremos el grave riesgo de lisiar el cuerpo, aturdir la mente y aplastar el espíritu. “La curación, la vida y la espiritualidad son el reconocimiento del poder del espíritu… Cuando los individuos aceptan y encaran a su poder superior, surge una fuerza vital y se inicia la curación (al modo de Alcohólicos Anónimos, refiere como ejemplo). Hay miles de personas que han cambiado sus vidas de sufrimiento al seguir esta filosofía. No existe otra proposición que haya tenido un éxito semejante”.
Contactar con nuestra sabiduría interior, con la inteligencia universal.
La espiritualidad es también tomar consciencia de que somos manifestaciones únicas de la vida, que somos divinos en nuestro origen, recipientes que contienen todo lo que ha acontecido antes de que fuéramos lo que somos. Educar en la espiritualidad es también, en este sentido, transmitir formas para comunicar con esa vasta y profunda inteligencia interior, de desarrollar una intuición que nos permita beneficiarnos de ese inmenso caudal de sabiduría. Así, “la meditación, la oración, la relajación, la conciencia, el desarrollo de una elevada autoestima y de un gran respeto por la vida… son formas para entrar en contacto con mi espiritualidad.”
Educar desde el centramiento
Parte ineludible de una educación espiritual es promover e las personas la capacidad de estar tranquilos, de sentirse bien con ellos mismos y aprender a adoptar actitudes positivas. Satir llama a esto “estar centrado”. Desde esa posición se puede aprender “a amar sin condiciones al espíritu, aprendiendo al mismo tiempo a reconocer, reorientar y trasformar mi conducta para adecuarla a los ideales éticos y morales. Este es uno de los retos más importantes de nuestra época.” En resumen: “mi espiritualidad es comparable a mi respeto por la fuerza vital que se encuentra en mí y en todos los seres vivos.”
El reto de la educación espiritual.
Uno de los retos ineludibles de la educación es promover el desarrollo multidimensional del ser humano, sin menoscabar ni privilegiar el enorme potencial de cada uno de los procesos o facetas que nos componen. Nuestra época y sociedad se debate entre formas institucionalizadas del fenómeno espiritual y el rechazo a todo lo que tenga que ver con la trascendencia y el contacto con esa “fuerza vital” de la que hablaba Satir. Da alguna forma un ser humano incapaz de todo contacto consciente con esta fuerza es un ser empobrecido. Es importante reconocer el potencial transformador de esta perspectiva. La espiritualidad no es algo privativo de determinadas religiones organizadas, ni se corresponde con la imagen banal, huera y superficial que en ocasiones se defiende desde determinadas tribunas del laicismo. La espiritualidad es una importante dimensión humana y como tal ha de ser nutrida para el beneficio personal y social, individual y colectivo, que supone uno de los principios y objetivos fundamentales de la actual educación pública.
Nota: El contenido de esta entrada ha sido extraído del libro de Virginia Satir “Nuevas Relaciones Humanas en el Núcleo Familiar”.