Es como si una parte de mí tomara el control. Comprendiendo el trauma y la disociación.

Todos hemos vivido experiencias en las que distintas tendencias en nosotros compiten por dirigir nuestras vidas. Quiero comer sano pero la fuerza de los hábitos hace que termine comiendo porquería. Quiero ese trabajo, pero es como si algo en mí lo boicoteara. Amo a mi pareja, pero a veces es como si una parte de mi tomara el control y le hago daño. Sé que es absurdo, pero no puedo evitar sentirme asustado en reuniones sociales con gente que sé que es inofensiva. Quiero defender mis derechos, pero cuando estoy delante del jefe son incapaz de abrir la boca. Es como si en cierto momento, una parte de nosotros se pusiera al mando e hiciera lo que quiere sin contar con nosotros.

Es como si tuviéramos varios miniyoes que se disputan la dirección de nuestra vida y nuestras acciones. Cuando hay mucho desacuerdo, nuestra vida puede volverse un caos o quedarse paralizada, como si en un grupo de remeros en un bote, cada uno de ellos tuviera la intención de ir a sitos diferentes. Todos se esfuerzan hasta sudar y agarrotarse, pero el bote no se mueve. O bien comienza a hacerlo en círculos o dando bandazos sin sentido. Cuando a lo largo de nuestra vida hemos vivido situaciones especialmente difíciles o traumáticas, especialmente en etapas vulnerables de nuestro desarrollo, como cuando éramos niños y adolescentes y estas situaciones no fueron reparadas y nadie nos ayudó a comprenderlas, simplemente tiramos adelante sobreviviendo como pudimos. Es muy probable que en estos casos existan varias de estas tendencias compitiendo en nosotros y nos sea difícil comprendernos u organizarnos para liderar nuestras propias vidas. Esta entrada está especialmente dedicada a estas personas, para ayudarlas a comprenderse a sí mismas, y a los familiares y profesionales que las acompañan. Personas que ante determinadas situaciones sienten que una parte de sí misma actúa de forma automática, que no pueden evitar sentirse intensamente tristes, asustadas o rabiosas y actuar o dejar de actuar en consecuencia.

Los avances en neurociencia, psicología evolutiva y terapia del trauma que se han producido en las últimas décadas han aumentado enormemente la comprensión del sufrimiento de estas personas, así como han permitido idear novedosas formas para ayudar a superarlo. En esta entrada tratamos de presentar parte de ese conocimiento de forma comprensible, pero sin simplificarlo demasiado. (Planeamos escribir entradas más técnicas y otras más coloquiales más adelante. Cualquier comentario o sugerencia no dejen de escribirnos.)

Pero, lo primero de todo ¿qué son estas partes, esos miniyoes… eso a lo que nos referimos cuando decimos “quería hacerlo pero una parte de mí…?

El sistema nervioso humano es un sistema complejo.

El cerebro humano es un sistema complejo. Los sistemas complejos son un tipo de sistema que existe en la naturaleza y que muchos científicos, matemáticos, biólogas, psicólogas o economistas llevan décadas estudiando con detenimiento. Tratemos de comprenderlos de un modo sencillo con algunos ejemplos. Como hemos dicho, los sistemas complejos existen en multitud de ámbitos de la naturaleza. Por ejemplo, el clima en el planeta, los ecosistemas, internet, los bancos de peces o las bandadas de aves son sistemas complejos. Cuando un predador se acerca a un banco de peces, o las condiciones del aire cambian mientras una bandada de gansos surca el cielo, estos grupos de animales no van cambiando poco a poco de posición, sino que toda la configuración del sistema cambia de repente a otra configuración. Esta es una de sus peculiaridades, los cambios no se producen poco a poco hasta que pasado un tiempo podemos ver que los elementos, en este caso los peces o aves, están dispuestos de otra forma completamente distinta, sino que en un santiamén todo el grupo se configura de otro modo.

Para los sistemas vivos, este tipo de cambios tiene ventajas adaptativas y mejora la economía de funcionamiento. El cerebro está formado por multitud de subsistemas y funciones (motricidad, direccionamiento de la atención, interpretación de las señales del entorno, memorias, etc) El hecho de operar de este modo, nos permite adaptarnos a los distintos tipos de situaciones que la vida nos presenta con rapidez y efectividad. Veamoslo más detenidamente.

Tengo hambre: configurado para buscar alimentos.

Por ejemplo, si mi cerebro recibe señales del interior de nuestro cuerpo de que falta nutrientes y energía para continuar con las funciones vitales, es decir, que tenemos hambre, en seguida se configura en lo que simplificadamente podríamos llamar “modo de búsqueda de alimentos”.

La atención es una función que nos sirve para destacar una determinada información del medio, para direccionar nuestros sentidos y privilegiar un determinado tipo de información sobre otra. Si tenemos hambre lo que nos interesa es encontrar alimento, no la moda, el placer estético de una puesta de sol, los argumentos filosóficos o el sexo. En ese instante los estímulos relacionados con la alimentación que se encuentren en el medio son privilegiados sobre todos los demás y además estamos activamente direccionados para encontrarlos. Dicho en pocas palabras: solo pensamos en comida. El resto de cosas, cuanto más si el hambre es especialmente intensa, queda momentáneamente descartado. Para ayudarnos en la tarea, toda nuestra experiencia en el pasado viene a apoyarnos, como si activáramos todos nuestro bancos de memoria relacionados con la comida y su búsqueda (olores, aspectos, donde encontrarla, etc). El modo que interpretamos la información puede llegar a simplificarse en comestible o no comestible. ¿Cómo huelen las casas y tiendas cuando paseamos con hambre por las calles?

Asustado por hablar en público

Pero veamos un ejemplo de otro tipo para ver con más detalles algunos de los subsistemas que se configuran en un todo. Una macroencuesta reveló que uno de los miedos más intensos para el ser humano, justo después de los relacionados con la propia muerte o la de nuestros seres queridos, era hablar en público. Así que tomaremos este ejemplo. Imaginemos que voy a dar una conferencia a un grupo de unas cincuenta personas. Es la primera vez en mi vida que he hecho esto y fruto de mi historia personal, de mis experiencias en las relaciones con otras personas a lo largo de mi vida, comenzando con mis padres en la primera infancia y pasando por todo tipo de relaciones entre otros familiares, iguales, parejas, etc. siento un intenso miedo a ser criticado, ridiculizado o anulado. Así, que al situarme frente al auditorio y sus mmiradas expectantes…

Siento un intenso miedo. El miedo hace que mi atención privilegie las amenazas a mi supervivencia sobre cualquier otro estímulo del medio. Así que, si alguien bosteza, se levanta, mira el móvil o habla a un compañero que le responde con una sonrisa, yo me percataré de esto. Puede que haya 30 rostros que me miran embelesados con mis palabras, pero yo sólo me doy cuenta de las amenazas.

Además, el modo en que interpreto esa información (que podrían llamar sistema representacional) también está sesgado por el miedo. Por lo que al ver estas acciones en la sala interpreto: si alguien bosteza es que está aburrido con la charla; si se levantan para marcharse que lo hacen disgustados con lo que lo digo; si alguien habla con otro que están haciendo algún comentario despectivo sobre mí; si alguien sonríe a otro es que se están riendo de mí; y si alguien mira su móvil es que está deseando que termine. Estas interpretaciones son absolutas invenciones.

El miedo también se expresa en mi cuerpo, pues me prepara para luchar o huir. Es decir, el cuerpo se activa para tener la energía a punto para la acción acelerando los latidos y la respiración. Moviliza mucha sangre a las extremidades, por lo que puede que me tiemblen o sienta hormigueos en brazos y piernas, aumenta la temperatura, la musculatura se tensa previniendo una acción inminente, a la vez que momentáneamente otras funciones corporales atenúan su actividades para permitir que toda la energía quede disponible para enfrentar amenazas. Así, el sistema inmunitario, reproductor o digestivo ven entorpecido su funcionamiento. Todo eso sucede cuando estamos estresados.

Además, las memorias disponibles en ese momento son congruentes con el miedo que estoy sintiendo, es decir, todas aquellas ocasiones a lo largo de mi vida en las que fui socialmente amenazado por otros y tuve que luchar, huir o quedarme paralizado. Es difícil que en ese instante pueda acceder a memorias de momentos amables, exitosos, o en los que me he sentido empoderado, capaz y felizmente conectado con otros seres humanos. Las memorias suelen ser dependientes de estado y contexto. Cuando estamos enfadados con un amigo o con nuestra pareja recordaremos fácilmente muchos eventos similares con todos sus detalles, lo que hace que nos enfademos más. (Eso es dependiente de estado). O podemos recordar más fácilmente un sueño olvidado todo el día al volver a encontrarnos en la cama justo antes de dormir. (Eso es dependiente de contexto).

Podríamos añadir más subsistemas y funciones, pero estos son suficientes para hacernos una idea de lo que sucede.

Centrifugando: la configuración se alimenta a sí misma.

Fruto de nuestras experiencias, al comenzar la charla, me configuro de una posición de miedo social intenso. Mis sistemas atencionales, fisiológicos, representacionales o interpretativos y las memorias que emergen, son todas congruentes entre sí. De esto emerge una propiedad especialmente importante, y es que esta configuración se alimenta a sí misma. Es decir, si veo estas acciones (mirar por el móvil, marcharse, etc) y las interpreto de este modo, más real y cercana siento la amenaza, por lo que el miedo aumenta. Si mi cuerpo se dispara en una respuesta de miedo intenso la atención aún se cierra más y se hace más coherente interpretar las cosas de ese modo. Cuanto más intenso se hace el miedo, las memorias y experiencias relacionadas con otras experiencias desagradables de rechazo social se hacen más intensas, por lo que sentirme amenazado cobra aún más sentido. Poco a poco se va alejando toda esperanza. Todo lo cual, aumenta el miedo. El ciclo está servido y va solo y disparado: percibo más amenaza, por lo que siento más miedo, por lo que percibo más amenaza aún, lo que me hace sentir aún más miedo. Comienzo a centrifugar entre miedo y la amenaza, totalmente enajenado de la realidad, hasta el colapso en el peor de los escenarios.

La congelación fruto del trauma.

Añadamos a lo anterior que a lo largo del desarrollo haya padecido experiencias sociales traumáticas. Por ejemplo, abusaron sexualmente de mí o fui víctima de bullying en el instituto, o de maltratos físicos o psicológicos prolongados durante mi infancia, o bien tuve que sobrevivir a la desorganización de unos cuidadores especialmente negligentes. Pongamos que he vivido reiteradas situaciones en las que la repuesta de lucha o huida no era posible. Si los seres humanos nos vemos atrapados en una situación que amenaza nuestra integridad física o psicológica pero no podemos huir, como otros animales, terminamos entrenado en estados de congelación, similar a la estrategia de simular la muerte de algunos animales. La temperatura del cuerpo baja, el corazón entra en bradicardia, nos enajenamos de la realidad, que la percibimos lejana y acolchada, también a nosotros mismos, renunciamos a la acción, una especie de abandono que será el probable germen de algunos síntomas disociativos posteriores, como la desrealización o la despersonalización.

Si hemos vivido esto con frecuencia en etapas vulnerables de nuestro desarrollo y no ha habido una reparación posterior, los estados intensos de miedo (sean producidos por una amenaza real, o por esta labor de centrifugado que hemos descrito), nos llevarán con facilidad a un estado de congelación, disociación o colapso. Cuando pasado un rato somos capaces de recuperarnos, no logramos comprender como ante una situación tan nimia, tan aparentemente insustancial y carente de importancia, hemos reaccionado tan desproporcionadamente. Hemos luchado, huido o incluso nos hemos congelado, ante algo tan aparentemente inocuo como una reunión de familias en el colegio de nuestros hijos, el día de una presentación en un grupo de trabajo, una entrevista laboral o cuando una mujer o hombre que nos agradaba se ha acercado a hablar con nosotros. Incluso el gesto despreciativo de un desconocido puede hacer que nos asomemos a esta espiral de miedo y amenaza.

Haber vivido este tipo de experiencias hace que estas configuraciones se disocien o compartimenten de otras posibles configuraciones. Diríamos que uno de los efectos de este tipo de traumas (llamados de desarrollo, relacionales o complejos) dependiendo de los autores, es que estas configuraciones o subsistemas quedan separados del resto, tornando mucho más probable que este proceso de centrifugado se accione ante un estímulo o amenaza objetivamente leve. La persona entonces es presa de una configuración que se retroalimenta a sí misma a espaldas de la realidad.

¿Cómo funcionamos cuando estamos integrados?

Pero, ¿qué sucede sí no existe esta compartimentación fruto del trauma, esa separación entre sistemas? Si no hemos padecido este tipo traumas a lo largo de nuestro desarrollo, o bien sí, pero hemos vivido experiencias correctivas que nos han ayudado a integrarlas, por ejemplo, hemos realizado un proceso terapéutico, o bien cuando aquellas experiencias se produjeron adultos intervinieron restituyendo la situación y ayudándonos a procesarlo de un modo que nuestros sistemas nerviosos aun inmaduros eran incapaces de hacerlo por sí solos. En estos casos, la compartimentación de estados no es tan fuerte. El cerebro sigue configurándose como sistema complejo que es, pero estas configuraciones no están disociadas del resto de subsistemas. Veámoslo en el ejemplo.

Tengo cierto miedo, y aunque manejable, está ahí, por lo que tengo cierto sesgo de miatención dirigido a captar amenazas por encima de otros estímulos. Veo al hombre bostezando y al otro mirando el móvil, pero soy capaz de continuar observando la sala y contemplar gestos que asienten con interés mis palabras, lo que hace que me relaje un poco. Automáticamente veo a alguien haciendo un comentario a otro que sonríe y sin darme cuenta pienso que están bromeando despectivamente sobre mí. Sin embargo, soy capaz de contemplar en el acto desde otras interpretaciones posibles, incluso más probables, como que estén comentando algo personal que nada tiene que ver con lo que digo. El hombre se levanta e interpreto que está harto, pero también que tiene ganas de orinar o ha de hacer una llamada importante. Aunque parto de una marcada configuración de miedo, voy regulándolo a niveles aceptables que me permiten continuar con la charla. Siento tensión en la voz y las manos y soy capaz de dar una ligera respiración más profunda y aflojar un poco. En mi memoria hay recuerdos de fracasos, pero también de momentos en los que fui capaz de enfrentar situaciones difíciles. Además, como estoy conectado con la realidad de una forma más objetiva, conforme la charla avanza y veo que las amenazas no se materializan, voy siendo más capaz de relajarme e ir abriéndome a otras configuraciones. Incluso, tras varias charlas ante distintos auditorios, puede que acabe configurándome en estados de exploración, juego o conexión en los que disfruto haciendo a los otros partícipes de mis palabras.

El trauma como disociación o compartimentación marcada.

Una de las peores consecuencias del trauma es la compartimentación de estas configuraciones que hace difícil y a veces imposible que las personas sean capaces de autorregularse y adaptarse funcionalmente al entorno, sintiéndose despojadas de poder para gobernar sus vidas. La persona interpreta que se trata de ella, pero es legado del trauma, lo que su cuerpo hizo para defenderse en momentos en los que no había más alternativa y el cerebro no era lo suficiente maduro para realizar este tipo de funciones. De algún modo, no soy yo, es mi fisiología. Este ejemplo es con el miedo, pero pueden quedar compartimentados otras configuraciones relacionadas con la rabia, la culpa, la vergüenza u otras estrategias y manipulaciones en aras de la supervivencia, como la sumisión o la ira desmedida que deviene en maltrato del otro. Y cada una de estas configuraciones tienden a emerger en situaciones concretas que las provocan. Como si ante determinadas situaciones (relaciones íntimas de pareja, un hombre en posición dominante, contextos sociales con iguales, etc.) la forma en la que nos organizamos para responder viniera del pasado traumático y no de la realidad presente.

Además, en muchas ocasiones, no todos los subsistemas han quedado compartimentados. Podemos ser consciente de un intenso miedo en determinadas situaciones, pero no las memorias autobiográficas asociadas con ello están bloqueadas. Un caso radical es el de la amnesia disociativa, en el que las personas pueden recuperar décadas después recuerdos de ser abusados sexualmente durante la infancia que habían permanecido inaccesibles durante todo ese tiempo, aunque respuestas emocionales hubieran seguidos activas. En el caso de las fugas disociativas, las personas pueden verse a kilómetros de sus casas sin recuerdo de haber tomado el coche.

El caso más radical es cuando estas configuraciones con todos sus subsistemas se tornan completamente independientes y autónomas, por lo que una persona es capaz de configurarse en un modo, actuar desde el mismo y pasar a otro en otra situación sin consciencia de ello, ni memoria compartida. Es el caso de los Trastornos de Identidad Disociativa, más popularmente conocido como personalidades múltiples.

Recuperación del trauma: volver a casa.

Más allá de estos casos extremos, la compartimentación es un triste legado vivido por muchas personas. Estas separaciones no llegan a ser totales como en los casos más graves, pero son lo suficientemente intensas como para que la persona no pueda dirigir su vida y se sienta reiteradamente frustrada o automatizada. Esto hace que tiendan a sentirse confusas con su propia identidad, o bien se sientan profundamente avergonzadas, es decir, como mal hechas o defectuosas. Cuando entran en un estado así nada de lo que suelen hacer para calmarse les sirve, porque la configuración, como hemos visto, lleva su propia inercia y se retroalimenta a sí misma.

Comprender como funciona es uno de los primeros pasos. Conocer cuáles son las situaciones que generan estas configuraciones compartimentadas es otro. Así como incrementar la consciencia corporal, el trato amable hacia sí mismos, y otras herramientas internas que les permitan autorregularse cuando esto sucede. En definitiva, todo lo que ayude a generar más integración entre las partes.

La persona no tiene por qué permanecer como víctima de un pasado al que ya ha sobrevivido. Puede comenzar a vivir en plenitud. Afirmamos esto para abrir una puerta a una esperanza que tiende a diluirse con el paso de los años. Es posible integrar estos subsistemas y configuraciones en un todo armónico, generar conexiones entre neuronas y zonas cerebrales que han quedado aisladas entre sí, en definitiva, recuperar la capacidad de dirigir nuestras propias vidas. Puede ser un proceso largo, pero como decía Bradshaw, un famoso terapeuta especializado en trauma infantil, cada paso nos acerca un poco más a nuestra auténtico hogar.