¿Qué es y cómo mejorar mi autoestima?

¿A qué nos referimos al hablar de autoestima?

          Es la forma en que nos sentimos con nosotr@s mism@s. Esto ya nos señala algo importante: la autoestima no tiene por qué ser justa o adecuada con la realidad. Por ejemplo, yo puedo ser muy agradable con los demás, pero no tener conciencia de ello y sentirme con baja autoestima en el ámbito social. Así que lo que una persona piensa sobre sí misma no tiene por qué ser lo mismo que perciben los demás sobre ella.

          Engloba varios aspectos: aunque tenemos una sensación general sobre nosotr@s mism@s  existen diferentes áreas en las que puedo sentir cosas muy diferentes. Por ejemplo, puedo notar que se me dan muy bien los deportes pero que estudiando soy torpe. O que tengo buen oído musical pero no soy constante para ejercitarlo. O que soy simpática pero mi físico no interesa a nadie…

Y según las influencias que haya tenido en mi vida unos aspectos tendrán para mí más importancia que otros. Lucía ha crecido en una familia de médicos donde el esfuerzo y sacrificio es muy valorado y ella no tenía facilidad para estudiar sino para expresarse corporalmente, lo que no tenía demasiado valor en su casa. Es fácil imaginar que en ese contexto la imagen de Lucía sobre sí será más negativa que si se hubiera criado en una familia donde los padres se dedican a la danza. Esto nos muestra que a menudo la autoestima es una imagen distorsionada de nosotr@s mism@s que nos ha reflejado el entorno.

          En Occidente muchísimas personas tienen un bajo concepto de sí mismas, lo que les produce mucho malestar y sufrimiento. No en todos los lugares es así, no es algo inherente al ser humano. Cuando al Dalai Lama le preguntaron qué recomendaba para la gente con baja autoestima se sorprendió mucho “¿es que no se quieren a sí mismas?”, era algo que en su contexto cultural no tenía cabida.

La comparación.

          Muchas personas nos comparamos constantemente con las otras, sintiéndonos mejores o peores que ellas. En realidad, sentirnos mejores o peores son dos aspectos del mismo fenómeno y el fenómeno en sí mismo es injusto, ya que las personas no somos mejores o peores unas que otras, tenemos un valor inherente por ser humanos. No tenemos (o no deberíamos tener) una nota, una puntuación.

 Y además tenemos múltiples características. Es evidente que hay personas que dibujan mejor que otras, o escriben con mucho talento. Eso no las convierte en mejores como personas sino en más habilidosas en ese campo.

           También suele aparecer un sesgo cognitivo en el que sin darme cuenta me comparo solo con las personas que considero mejores, por ejemplo, dentro de una oficina donde trabajan varias me digo «nadie se agobia en el trabajo como yo, los demás lo llevan de forma relajada, tienen tiempo de charlar» mientras miro a dos compañeras que están conversando en ese momento y dejo de ver que hay 15 personas que están trabajando mirando su ordenador. Extraemos así una especie de estándar donde me comparo solamente con una parte del grupo, notando que la diferencia entre esas personas y yo es abismal. «Todas tienen mejor cuerpo que yo» ¿quiénes son todas? tendríamos que preguntarnos, pueden ser las que salen en la tele, en las revistas…»Y también mi amiga Sonia», vale, ya no son todas, son algunas…

Otro ejemplo de comparación irreal: verano en Sevilla, miro las redes sociales, cada día, varias veces y pienso «todo el mundo se lo está pasando genial, tiene planes, en la playa, de viaje, disfrutando…y yo aquí, con el calor». Parece claro que en ese pensamiento hay un gran sesgo, por un lado, no es cierto lo que dice, no «todo el mundo» estará disfrutando y, por otro, las redes sociales son como un catálogo de publicidad, no todo lo que sale en ellas es real, en el catálogo nos adornan los productos, hacen la mejor foto, les dan brillo, parecen fantásticos, pero…simplemente quieren que los compremos.

¿Quién es el responsable de lo que me sucede?

La atribución causal es un concepto de la psicología que describe a qué origen atribuimos las causas de lo que nos sucede.  Por ejemplo, podemos creer que todos los éxitos y logros de mi vida son gracias a mí y todos los fracasos a l@s otr@s o el azar. “Gané esa carrera porque soy una gran atleta, pero suspendí gimnasia porque el profesor me tiene manía”. Si esto es así de forma constante, vamos a sufrir porque se trata de una autoestima inflada y la realidad tarde o temprano nos pondrá en nuestro lugar. Pero podemos hacer lo contrario, atribuir todo lo que va bien en nuestra vida a la suerte o las acciones de los demás y todo lo malo que nos pasa a un fallo o error nuestro. “Conseguí que el proyecto saliera bien por pura suerte, pero fracasé en la entrevista porque soy un inútil” Una autoestima sana tiene una atribución menos sesgada y parcial de las causas. Si mi autoestima es fuerte puedo encajar las críticas y los errores, no necesito disimular o falsear mis equivocaciones o las circunstancias en las que no hemos podido dar la respuesta que nos hubiera gustado, de algún modo, eso no cuestiona mi calidad como persona. Es más, puedo usar esa información para conocerme mejor y aprender. Del mismo modo, una autoestima sana también es capaz de reconocer la influencia personal que tiene en sus aciertos y logros.

¿De dónde nace la autoestima?

          Si ya estamos de acuerdo en que la autoestima, esa nota que nos ponemos, no es real, no se ajusta a la realidad, cabe preguntarse que hace que la tengamos más alta o más baja.

Se trata de un proceso, cuando nace un bebé no tiene autoestima, ni positiva, ni negativa. Poco a poco se va descubriendo a sí mismo y percibiendo cómo le tratan, miran, hablan los demás…esto le va haciendo sentir valios@ o no, según lo que percibe de fuera. Si su madre cada día le sonríe, le mira a los ojos, le habla repitiendo sus balbuceos, etc la bebé sonreirá, se sentirá vista y sentida. Pongamos por extremo contrario una madre deprimida, que tiene pocas ganas de sonreir a su bebé, de seguirle sus juegos, sus balbuceos, le mira poco a los ojos, le incordia que el bebé proteste…la experiencia del bebé sobre cómo es recibido será muy diferente. Aquí empieza a formarse el valor que nos damos a nosotr@s mism@s. 

          En este video puedes ver en pocos segundos el efecto de una madre que se muestra  deprimida con su bebé.

La vida seguirá y cuando deje de ser bebé vendrán nuevas experiencias, notaré cómo me hablan y como me tratan mis tí@s, mis abuel@s, mi maestr@, mis compañer@s de la clase…y poco a poco se seguirá formando mi idea acerca de quién y cómo soy y qué valor tengo.

          Puede haber experiencias que dañen bruscamente la autoestima de un niñ@, como sufrir abuso sexual, maltrato, bullying…ya que en esas situaciones se ha faltado de muchas formas el respeto a ese niñ@ y puede resultarle difícil no dudar de sí mismo.

          Y puede haber multitud de experiencias más sutiles que dañen nuestro autoconcepto de formas más lenta y paulatina.

La influencia de la sociedad : el ejemplo de la autoimagen corporal o cómo me siento con mi cuerpo

          Además de todas las vivencias personales en el entorno en que la persona se mueve hay una influencia que llega a todo el mundo: la dimensión social, nadie que viva en un país occidental puede escapar de recibir constantemente mensajes de que tiene que ser más guapa, más delgada, tener más curvas, ser más extrovertido y más exitoso.

 Todo ese mundo irreal que se nos presentan en los medios de comunicación nos afecta en mayor o menor grado, con frecuencia nos lleva a compararnos y a pensar y sentir que tenemos demasiado culo, o poco pecho, o arrugas en tal sitio. Este gran culto a la imagen genera mucho malestar en las personas porque muy pocas veces se cumple ese canon de belleza. Así que parte de nuestra autoestima, especialmente cómo nos sentimos con nuestra imagen y nuestro cuerpo se ve afectada de forman negativa.

          La dimensión social de este problema es alimentada cada día con las imágenes de la publicidad, televisión, etc. pero va más allá de ellas porque esa “obsesión” se instala en la cabeza de multitud de personas que no se privan de hacer comentarios a las demás, con frecuencia en tono despectivo, tipo “¿estás más gordita, no?” o “¡¡qué canijo estás!!”.

          Prácticamente imposible que este contexto social no afecte en alguna medida. Así que tenemos que contar con eso y minimizar el impacto que tenga en nosotr@s con diferentes estrategias, como no contribuir haciendo comentarios críticos a los demás, exponernos con moderación a contenidos publicitarios, y evaluando con calma cuanto de importancia tiene para mí mi apariencia física y si hay algo que pueda hacer para mejorarlo que sea razonable.

Las personas como mercancías en el mercado de personalidades.

En qué radica mi valor. Quién ha diseñado ese valor. No solo el criterio que dicta si algo es bueno o malo es cultural y familiar, sino incluso lo que tiene que ser juzgado, las cualidades en las que hay que destacar. Somos mucho más que eso. En esta cultura y momento de la historia cierto canon estético es el ideal, pero este ideal depende del contexto y el momento.  En una familia lo intelectual o tener oído musical puede ser lo más valorado. En otra es lo académico, en otra ganar dinero, en otra ser muy sociable y extrovertido mientras en otra ser precavido y silencioso en lo más deseable.

María es mejor que Pedro tocando la guitarra. ¿Significa eso que María es mejor persona que Juana? En clases de matemáticas, Marta es mejor resolviendo problemas que Julio, en ese ámbito concreto su desempeño es indudablemente mejor, pero significa eso que ¿Marta es una persona mejor que María? Usualmente no se nos ocurriría pensar de este modo, pero lo hacemos constantemente con nosotr@s. A partir de concreciones extraemos un valor general de nosotr@s mism@s. Construimos un ideal que perseguimos y que como todo ideal no es real, es decir, es inalcanzable. El psicólogo Eric Fromm acuñó la expresión “mercado de personalidades” para describir una característica de la sociedad competitiva y materialista en la que vivimos. Desde esta perspectiva, en muchas ocasiones definimos nuestra plenitud en la vida o nuestro valor como personas, en función de cómo nos vendemos en ese mercado. En sus propias palabras.

“El “éxito” depende en grado sumo de cuán bien una persona logre venderse en el mercado, de cuán bien pueda introducir su personalidad, de la clase de “envoltura” que tenga, y de sus antecedentes. El hecho de que para tener éxito no baste poseer la destreza y los instrumentos necesarios para desempeñar una tarea determinada, sino que además sea preciso “imponer” la propia personalidad, en competencia con muchos otros individuos, modela la actitud hacia uno mismo… Así, uno se experimenta a sí mismo como una mercancía, o más bien, simultáneamente, como el vendedor y la mercancía en venta. La persona no se preocupa tanto por su vida y felicidad como por ser “vendible”.
Como una “cartera”, se debe estar “de moda” en el mercado de la personalidad, y para estar de moda debe saberse que clase de personalidad es la de mayor demanda. Este conocimiento se transmite de manera general a través de todo el proceso de la educación…, la autoestima depende de condiciones fuera de su control. Si tiene éxito es valioso, si no lo tiene carece de valor.”

Todo lo anterior es lo que nos empuja en muchas ocasiones a tratarnos como cosas, como mercancía, como cosas que tenemos y no como personas que somos.


¿Y CÓMO CAMBIAMOS NUESTRA AUTOESTIMA?

Como casi todos los cambios internos la autoestima mejora poco a poco. Esto tiene sentido porque es la percepción que yo tengo de mí misma, así que desde fuera puede venir algo que indique una valoración a mi trabajo, como que me den un ascenso, pero si por dentro me parece que no lo merezco, o que me lo han dado porque no había más candidatos, etc no sirve de mucho el reconocimiento externo. El cambio significativo es que yo perciba mi valor. Y para eso necesito conocerme, respetarme y valorarme en lo que soy.

Autoconocimiento

Para amar cualquier cosa (una música, una persona, un lugar, etc) hay que conocerla. Puedo ser una enamorada de Japón sin haberlo pisado porque me gusta su cultura, y eso lo he conocido a través de libros, películas, cosas que me han comentado, es decir, conozco cosas de Japón…pero difícilmente puedo ser una enamorada de un país del que tengo poca información.

Cuando los seres humanos tenemos una idea acerca de algo, tendemos a buscar y apreciar solo la información que es congruente con lo que creemos. Si pensamos que alguien es torpe, nos daremos cuenta de sus torpezas y pasaremos por alto actos que no lo son. En la investigación científica se toman muchas precauciones metodológicas para que no suceda. Si un investigador parte de una hipótesis de la que está convencido puede que a la hora de realizar su estudio, sin darse cuenta de ello, encuentre pruebas que la corroboren mientras desecha,  también inconscientemente, evidencias que demuestran lo contrario. Veamos un ejemplo de esto.

En un famoso estudio, una prestigiosa universidad contactó una escuela para realizar lo que aparentemente era una investigación sobre cómo se relacionaba la inteligencia del alumnado con el rendimiento académico. Reunieron a l@s chic@s y les pasaron todo tipo de tests. Concluida la simulación se inventaron los datos y l@s clasificaron aleatoriamente. Lo sorprendente es que, pasado un curso académico, l@s alumn@s clasificados al azar como inteligentes mostraron un rendimiento académico significativamente más alto que los clasificados al azar como torpes. Y esta relación era proporcional entre el nivel de inteligencia definido y las calificaciones. El profesorado cumplió las predicciones de l@s cientific@s, incluso cuando éstas habían sido inventadas. Este efecto también se conoce como profecía autocumplida. El profesorado esperaba que el rendimiento del alumnado más brillante fuera brillante y deficiente el de los menos inteligentes y eso encontraron, aunque los datos eran falsos.  Con esto podemos hacernos una idea del poder de las expectativas que nos hacemos sobre nosotr@s mism@s. Si nos definimos como torpes o como fe@s, lo que encontremos nos va a dar la razón, porque sesgamos la información de tal modo que no reconocemos evidencias contrarias. Y con el paso del tiempo, podemos incluso llegar a generar eso mismo que creemos, aunque nos lo hubiéramos inventado. Este es uno de los muchos motivos por lo que el autoconocimiento es importante para la autoestima.  Un paso para una autoestima sana es acercarnos a nosotr@s sin prejuicios, con la mente abierta, para conocernos más allá de lo que nos han dicho o nos decimos sobre nosotr@s mism@s.

¿No nos conocemos a nosotr@s mism@s?

Los seres humanos somos increíblemente complejos, tenemos multitud de matices diversos. Y no es raro que conozcamos de nosotr@s solo ciertos tonos o colores de los que nos componen. 

Socialmente tampoco se fomenta el conocimiento sobre quiénes somos, qué se nos da bien, etc, dedicamos la vida académica a aprender contenido sobre cómo funcionan aspectos del mundo externo, no de nuestro mundo interno.

Hay numerosas formas de acercarme a mi mundo interno, puede ser hacer terapia, meditación, tener experiencias nuevas, etc. Por ejemplo, la primera vez que tengo una pareja durante varios meses descubro cosas de mí nuevas, que se ponen de manifiesto en ese contexto y voy aprendiendo cosas que necesito de una relación, o patrones que me aparecen que no sabía que estaban ahí, en definitiva, me conozco mejor.

Respeto

Respetar es “considerar que algo es digno y debe ser tolerado.” (RAE)

Si voy poco a poco descubriendo aspectos míos y acercándome a ellos con respeto va cambiando cómo me siento conmigo mism@. Puedo empezar quizás a notar que es agradable ser yo, que estoy agusto dentro de mi piel, que puedo tratar también los aspectos que menos me gustan con amabilidad y respeto.

Porque no se trata de que nos encante todo lo que descubrimos o vemos de nosotr@s mism@s. De lo que sí se trata es de la actitud con que nos acercamos a eso.

Pongamos que Ana se da cuenta que tiende mucho a compararse con las demás personas, y dice “yo no quiero ser así, odio esto de mi”. Y ahora imaginemos que Ana descubre esa dinámica de compararse y profundiza en ella. Va notando que le produce una sensación de presión en el estómago, va reconstruyendo que de pequeña le han comparado constantemente con su hermana, va percibiendo que al compararse utiliza un sesgo cognitivo…En este último caso Ana está aumentando su autoconocimiento y se está acercando a ese aspecto de sí mima con amabilidad y respeto.

La voz autocrítica

Hay otro aspecto íntimamente ligado a la autoestima y es la voz autocrítica que nos habita.  Hay una voz preocupada por nosotr@s, que quiere ayudarnos a ser mejores, pero esa voz puede ser constructiva o destructiva. Podemos verlo claro con el ejemplo de un niño. Si a un niño no se le da bien algo, o tiene sobrepeso, podemos llegar a ser firmes con él para que aprenda una destreza o mejore su salud, pero no le decimos que él no vale. No le destruimos, ni juzgamos como peor por ello. Hay una voz, un impulso, una parte de nosotr@s que nos ayuda a transformarnos, crecer, evolucionar, ensancharnos, y otra que destruye lo que somos.  A veces tendemos a confundirlas. L@s maestr@s que recordamos con cariño y que admiramos son l@s que aprecian, descubren y alientan el potencial de sus alumn@s. Además, cuando nos atacamos, como animales que somos, nuestro organismo entra automáticamente en estado de alarma, de lucha y huida, y ese estado es incompatible con el aprendizaje y la exploración, que es lo que nos permite cambiar y disfrutar. Una autoestima sana tiene una voz autocrítica constructiva, que ve posibilidades de mejora, pero no juzga a la persona entera. A veces tememos que si dejamos de juzgarnos y ser crueles con nosotr@s estaremos siempre mal hechos. Pero no es así. ¿Auténticamente cuándo nos ha servido que alguien nos insulte, descalifique o agreda?

¿Significa esto que no puedo querer cambiar cosas de mí?

Querer mejorar o crecer como personas no tiene nada de malo. Lo que pasa es que a veces queremos eliminar cosas nuestras, como si fuéramos muñecas recortables y pudiéramos recortarnos trozos y pegar otros. Y resulta que esto no funciona. Si me peleo con mis muslos gordos o con ser tan miedosa tengo dos tareas por delante: reconciliarme con ese aspecto mío y luego ver qué puedo hacer para cambiarlo. Si noto que vivo, por ejemplo, con demasiado miedo puedo profundizar para comprender qué sentido tiene eso en mi historia.  Quizás descubra que me han sobre protegido o que mis padres tenían mucho miedo y me decían con frecuencia lo peligroso que era el mundo. Cuando entiendo de donde viene eso que noto dentro de mí puedo comprenderme mejor. Y si me comprendo me es más fácil tratarme con amabilidad y respeto. A partir de ahí puedo valorar cómo cambiar algo, y por ejemplo acompañar y afrontar a mis miedos.

Hay un poema de Virginia Satir, una excelente terapeuta familiar, que habla de esto. Acabamos este texto con él.

 

Autoestima: Yo soy Yo

En todo el mundo, no hay nadie como yo.

Hay personas que tienen algo en común

conmigo, pero nadie es exactamente como yo.

Por lo tanto, todo lo que surge de mi

es verdaderamente mío

porque yo sola lo escogí.

Soy dueña

de todo lo que me concierne,

de mi cuerpo,

incluyendo todo lo que hace;

mi mente,

incluyendo todos sus pensamientos e ideas:

mis ojos,

incluyendo las imágenes de todo lo que contemplan;

mis sentimientos, sean lo que sean,

ira, gozo, frustración,

amor, desilusión, excitación;[..]

Soy dueña de mis fantasías,

mis sueños, mis esperanzas, mis temores.

Soy dueña de todos mis triunfos y logros,

de todos mis fracasos y errores.

Como soy dueña de todo mi yo,

puedo llegar a conocerme íntimamente.

Al hacerlo, puedo amarme,

y ser afectuosa conmigo en todo

lo que me forma.

Puedo así hacer posible que todo lo que soy

trabaje para mi mejor provecho.

Sé que hay aspectos de mi misma

que me embrollan,

y otros aspectos que no conozco.

Mas mientras siga siendo afectuosa

y amorosa conmigo misma,

valiente y esperanzada,

puedo buscar las soluciones a los embrollos

y los medios para llegar a conocerme mejor.

Sea cual sea mi imagen visual y auditiva,

diga lo que diga, haga lo que haga

piense lo que piense y sienta lo que sienta

en un instante del tiempo

esa soy yo.

Esto es real y refleja dónde estoy

en ese instante del tiempo. […]

Tengo las herramientas para sobrevivir;

Para estar cerca de otros,

Para ser productiva,

y para encontrar el sentido y el orden del mundo

formado por la gente y las cosas que me rodean.

Soy dueña de mí misma

y por ello puedo construirme.

Yo soy yo

y estoy bien.


Esta entrada ha sido escrita por Estrella Rosselló y Carlos López Castilla, con ilustraciones de Julia Fabra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *