Luigi Russolo. El arte de la escucha o la música en el ruido.

El arte de la música es también un arte de la escucha. Lo que para muchos es música para otros es ruido y viceversa. La naturaleza no es ajena a los ruidos. Existen los huracanes y las tormentas , los mares embravecidos y las cataratas, capaces de ensordecer a un ser humano. Pero los niveles sónicos alcanzados por el hombre en los últimos decenios se han convertido en un problema ecológico y de salud pública. Organismos gubernamentales mapean los niveles de contaminación acústica y sus consecuencias. En algunos lugares el ruido de la civilización es persistente y continuo, un mundo condenatorio, perpetuo, en el que no hay lugar para la evasión del silencio.

La mayoría de las investigaciones actuales confirman que la alta exposición al ruido del mundo urbano contemporáneo merma la salud. Es un contundente estresor capaz de desordenar los ciclos de sueño, trastornar la atención o afectar al sistema cardiovascular. Su presencia dificulta la comunicación e induce a la violencia. La contaminación acústica hace descender la productividad y calidad del trabajo, el valor de los inmuebles de una determinada zona, correlaciona con una mayor tasa de accidentes laborales y de tráfico y, en definitiva,  genera ecosistemas inhóspitos para el ser humano y otras especies.

          En la película dirigida por Clint Eastwood «Media Noche en el Jardín del Bien y del Mal», el escritor neoyorquino interpretado por John Cusack lleva una cinta consigo a la tranquila ciudad de Savannah. Sólo oyendo una grabación del tráfico imperturbable y continuo de la urbe desmedida de la que procede, es capaz de conciliar el sueño. Como afirmó el músico Robert Fripp, el silencio puede llegar a ser una experiencia insoportable cuando existe demasiado ruido en nosotros mismos. 

         Pero toda definición de ruido es profundamente cultural. En 1526, Erasmo escribió: “¿Qué hubiera dicho Platón al escuchar la barahúnda de la música moderna?”  El jazz, y no sólo en sus comienzos, también fue execrado por muchos. Un venerado músico indio exclamó tras una detenida escucha de Mozart que jamás había oído música tan desafinada. El ruido es quizás tan sólo una escisión entre lo agradable y desagradable. Para cada ser los ruidos son otros. Como el sabor amargo que puede aprenderse a amar en  un sorbo de café o una cerveza, algunos sonidos abandonan el destierro del ruido para reinar en el placer de los oídos. Esto acontece en las civilizaciones, en las generaciones, decenas de veces en la vida de una sola persona. También sucedió de forma prominente en Italia.

Luigi Russolo era un pintor futurista y compositor italiano nacido a finales del siglo XIX. Durante su juventud quedó fascinado por los sonidos de la incipientes industria moderna a gran escala. Las primeras fábricas eran una fuente inagotable de ruido. Las máquinas desmesuradas de aquella época resplandecían como un símbolo del progreso. Velocidad, productividad o serial, eran términos que se incorporaban trepidantes a las lenguas del futuro. Y aquellas máquinas eran cada vez más estrepitosa y variadamente ruidosas. En 1913 escribió a su amigo y compositor Balilli Pratella que el oído humano había entrado en una nueva fase y las composiciones, timbres y arquitectura de las viejas piezas habían quedado obsoletas. El nuevo paisaje sonoro requiere de una música nueva. Es necesario “sustituir la limitada variedad de timbres que una orquesta procesa hoy por una infinita variedad de timbres que se encuentran en los ruidos, reproducidos con los mecanismos apropiados” En lo que se convertiría en un manifiesto titulado “El arte de los ruidos” escribe: “hemos amado profundamente las armonías de los grandes maestros y hemos gozado con ellas. Beethoven y Wagner nos han trastornado los nervios y el corazón durante muchos años. Ahora estamos saciados de ellas y disfrutamos mucho más combinando idealmente los ruidos de tren, de motores de explosión, de carrozas y de muchedumbres vociferantes”.

Russolo junto a algunos de sus intonarumori

Russolo se entregó a a su proyecto de diversas maneras. Por un lado, alentando a otros compositores a experimentar con las nuevas paletas tímbricas que se habían generado en la era industrial. Por otro lado se dedicó al estudio y la teorización. Por ejemplo, clasificó los ruidos en distintas familias. Los borboteos, bufidos, susurros, crepitaciones o estertores fueron debidamente catalogados junto a estridencias, explosiones o alaridos.

Su otro campo de aportaciones fue la creación de instrumentos y composiciones musicales. Inventó un sinfín “intonarumoris” o entonadores de ruido. Diseñó detonadores o rascadores u organizó tumultuosas reuniones de automóviles y aeroplanos. Fue acusado de generar una música a la altura del ego subido y descerebrado de los burgueses. La prensa le insultaba y llamaba cacofonía a sus creaciones.

La inmensa mayoría de los intonarumori de Russolo fueron destruidos durante la segunda guerra mundial. Apenas queda hoy material sonoro directo de lo que fue un vasto legado. Sin embargo su aportación va más allá de ser el germen de la llamada “Música noise”. Su renovadora perspectiva plantó las semillas de muchas de las más arriesgadas creaciones del siglo XX ya asumidas mayoritariamente y normalizadas en los oídos contemporáneos del XXI. Aparte de ejercer una influencia directa en la música de Varese o Milhaud, entre otros compositores consagrados mayoritariamente por la crítica actual, su obra nos invitó ensanchar el campo de lo posible en la creación musical. Hasta entonces los timbres para la composición estaban restringidos a un número muy limitado: instrumentos de cuerda (frotada, pulsada o percutida), de viento (construidos en madrea o metal) y percusiones. Russolo desafió el marco de lo posible que dictaban las convenciones. Imaginó que los sonidos, como las posibilidades, son infinitas. Puede hacerse música con una inagotable variedad de timbres, pueden inventarse nuevos instrumentos si es necesario o pueden usarse “ruidos” de maquinarias industriales, animales o ríos. Russolo también invitó a descubrir la experiencia estética musical en el centro mismo de nuestra cotidianidad. La música es también un acto activo de escucha. El oyente construye la música, es un co-creador de la experiencia estética, incluso cuando no hay un intérprete ni una obra propiamente dicha. Russolo era el oyente que se sentaba junto a las fábricas y oía el despliegue de una sinfonía. Su máxima aportación no es como intérprete, compositor o teórico, sino como escuchador.

Partitura del «Despertar de una ciudad».

Su manifiesto comenzaba así, alentando a los jóvenes a descubrir esta nueva forma de escucha:

«No sólo en las atmósferas fragorosas de las grandes ciudades, sino también en el campo, que hasta ayer fue normalmente silencioso, la máquina ha creado hoy tal variedad y concurrencia de ruidos, que el sonido puro, en su exigüidad y monotonía, ha dejado de suscitar emoción… El oído de un hombre del dieciocho no hubiera podido soportar la intensidad inarmónica de ciertos acordes producidos por nuestras orquestas … En cambio, nuestro oído se complace con ellos… el sonido musical está excesivamente limitado en la variedad cualitativa de los timbres. Las orquestas más complicadas se reducen a cuatro o cinco clases de instrumentos… La variedad de ruidos es infinita… Invitamos por tanto a los jóvenes músicos geniales y audaces a observar con atención todos los ruidos, para comprender los múltiples ritmos que los componen…»

En sánscrito, sangita, que puede traducirse como “reunir el todo y decirlo” significa música. Lo que es o deja de ser ruido depende de los cristales que se hallan frente a nuestros ojos, de los imperceptibles velos que cubren nuestros oídos cuando vemos y oímos el mundo. Si cristales y velos desaparecen, desaparecen el ruido y las visiones. Puede comenzar por un extrañamiento como el del poeta Circe María cuando escribe que “el ruido del mar no se comprende, se desploma continuamente, insiste…” Es un mundo nuevo el que nace luego, la extraña geografía de una cosmoaudición inaudita. Efraín Huertas escribió: “Estamos en el ruido del alba, / en el umbral de la sabiduría,/ en el seno de la locura.

Obra «El despertar de una ciudad» de Luigi Russolo.


Nos hemos basado, entre otros, en los siguiente documentos, que invitamos a consultar a quienes deseen profundizar. (Y a los que agradecemos su trabajo).

Puede consultar la web del Sistema de Información de Contaminación Acústica (SICA) del Ministerio Español de Transición Ecológica . http://sicaweb.cedex.es/mapas-intro.php#Indices

Más información sobre el ruido en la página web de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (http://www.euro.who.int/en/health-topics/environment-and-health/noise )

Puede leer también: Russolo, Luigi (2006). «El arte de los ruidos». Pauta. Cuadernos de teoría y crítica musical (INBA – CONACULTA) (100).

El extenso artículo de José Antonio Bielsa Arbiol De la destrucción al ruido… Un siglo de música futurista en https://www.infohispania.es/de-la-destruccion-al-ruido-un-siglo-de-musica-futurista-1-fundamentos/

y el Artículo Ruido que me hiciste bien: la 1a. edición en español de «El arte de los ruidos» de Gustavo Álvarez Núñez en https://jaquealarte.com/ruido-que-me-hiciste-bien-la-1a-edicion-en-espanol-de-el-arte-de-los-ruidos/

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